Por Ma. Elizabeth de los Ríos Uriarte

Cuando Van Ranssaeler Pottter escribió su artículo “Bioethics: the science of survival” en 1970 y, posteriormente su obra “Bioethics: bridge to the future” imaginaba una posible catástrofe ambiental pero no una crisis social y humana de dimensiones mundiales y, sin embargo, sus enseñanzas brotan en demasía cincuenta años después, en medio de la pandemia por COVID.

Hoy celebramos el Día Mundial de la Bioética, una ciencia quizá desconocida para algunos hasta que las preguntas por la justa distribución de recursos sanitarios empezaron a preocuparnos demasiado hace algunos meses y, sin embargo, hoy en día, una disciplina imprescindible para guiar nuestra conducta en torno a la vida y la salud de las personas.

La Bioética es una ciencia relativamente nueva y compleja, en ella confluyen otras tres ciencias que la complementan en su reflexión: la medicina, la filosofía y el derecho, de tal manera que, la Bioética favorece el diálogo interdisciplinar con el propósito de encontrar soluciones o, al menos, aproximaciones a dilemas éticos retadores que ponen a prueba nuestra natural tendencia al bien.

Es normal que las preguntas y los casos que analiza la bioética conlleven situaciones dilemáticas en donde se conciben diversas opciones o cursos de acción y lo que se intenta entonces es dilucidar cuál es el mejor. La Bioética ejerce entonces un papel decantador en base a principios éticos para velar por los valores ontológicos que permiten el bien de todas las personas.

¿Cuáles son estos valores que la bioética debe promover y proteger? En primer lugar, si dijimos antes que la Bioética versa sobre los problemas referentes a la vida y a la salud de la persona, el primer valor a salvaguardar es la dignidad inherente a todos los seres humanos, en segundo lugar, la vida como lugar de manifestación de esa dignidad, es decir, la vida física como medio de realización de la persona humana, en tercer lugar está su libertad que le permite tomar decisiones racionales y poder asumir las consecuencias de sus acciones. Así; la dignidad, la vida, la integridad y la libertad son los valores que la Bioética como ciencia que dirige la conducta humana y analiza su licitud frente a la vida y la salud, debe proteger y promover en todo momento.

De esta manera, la Bioética tiene un papel apremiante no sólo en esta crisis mundial si no en el día a día. Su inherente interdisciplinariedad la colocan como facilitadora de diálogos a menudo concebidos irreconciliables, su humanismo la posiciona como mediadora en situaciones conflictivas y su esencial lucidez para proteger integralmente a la persona humana y su entorno, la hacen líder en un mundo “cerrado en sus propias sombras” (Fratelli Tutti, No. 9).

La Bioética hoy nos convoca a salir de las aulas y de los espacios meramente académicos y a llegar a esos lugares donde pareciera que la reflexión que afirma la vida de todas y todos es una quimera, a esas camas de hospital donde los enfermos se debaten entre el dolor y la soledad, pero, sobre todo, a construir puentes. Así como la obra de Potter hace alusión al puente hacia el futuro, la Bioética de nuestro tiempo debe ser un puente pero no hacia el futuro si no hacia el presente, debe entrar en la realidad humana sufriente y ser capaz de despertar la mirada abierta y la escucha atenta. Hoy, más que nunca, la Bioética es una ciencia poderosísima para comenzar a construir un mundo menos indiferente y más compasivo.

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