Por P. Fernando Pascual
Fray Jacinto estaba un poco triste. El padre abad lo notó en seguida, y quiso acercarse a su compañero para saber qué había pasado.
“No es nada importante” empezó a explicar fray Jacinto “aunque me ha provocado pena. Ayer, por los trabajos que hice fuera del monasterio, se me olvidó por completo rezar las vísperas”.
El padre abad comprendió que se había tratado simplemente de un despiste. A veces, entre las prisas, la mente ni siquiera recuerda deberes importantes, y es lo que le había pasado a fray Jacinto.
“Querido hermano”, comenzó el padre abad, “lo que experimenta es hermoso. Significa que se ha dado cuenta de la importancia de la Liturgia de las horas, al mismo tiempo que ha constatado, nuevamente, lo frágiles que somos.
Porque a veces estamos tan metidos en mil asuntos que lo importante queda ahí, como algo que tenemos que hacer, pero que luego olvidamos ante la marea de lo inmediato.
Es cierto que el rezo de las horas litúrgicas obliga gravemente, bajo pecado. Es cierto también que dejar de rezar conscientemente, y por motivos banales, el rezo de Laudes o de Vísperas, puede ser pecado mortal.
Pero no es su caso. Un despiste lo tenemos todos. Lo que puede enseñarnos una situación así es que necesitamos ir más a fondo para darnos cuenta de cómo organizamos nuestro día y así conocer mejor qué lugar ocupan en nuestros corazones las obligaciones del breviario.
Por eso, ante lo que le acaba de ocurrir, puede ser bueno recordar ante Dios lo que somos como sacerdotes y religiosos: corazones que rezan en nombre de toda la Iglesia.
La pena que ahora siente será sana si ayuda a vivir mejor el rezo del Oficio divino. Pero también podría ayudar a darnos cuenta de que en ocasiones faltamos a deberes de caridad y de vida religiosa con plena conciencia, y no sentimos tanta pena…
Un descuido es un descuido: nos ocurre a todos. En cambio, aquello que hacemos conscientemente, aunque sea pequeño, hiere nuestro interior, sobre todo cuando actuamos contra el amor que necesitan nuestros hermanos”.
Fray Jacinto asentía. La paz entraba de nuevo a su corazón. Un hecho como este servía como ayuda para poner más atención en las tareas que realizaba cada día, y para preguntarse si sentía un dolor similar al que ahora dominaba en su alma cuando hablaba mal de otros o se quejaba ante las contradicciones que iban surgiendo continuamente.
Hoy fray Jacinto iba a poner un especial cariño en el rezo de la Liturgia de las horas. Sobre todo, iba a poner más atención a la hora de ayudar a otros, de realizar sus tareas cotidianas, y de ofrecer todo lo que le ocurría como una continua alabanza a Dios.