Por P. Fernando Pascual
A lo largo de la vida pasamos por momentos malos y por momentos buenos. En ocasiones, se pasa rápidamente de lo malo a lo bueno, o viceversa.
Ante lo mudable de las situaciones, cada uno puede escoger hacia dónde dirige su mente y su corazón, y decidir en vistas de lo bueno que ahora puede realizar.
Hay huelga de trenes. El día amenaza tormenta. La fiebre ha cesado. En el trabajo se abren nuevas oportunidades. En casa ha sido posible un diálogo que aclaró malentendidos que dañaban el ambiente familiar.
Vivir día a día permite afrontar cada reto con mejores energías, sin quedar aprisionados por el pasado y sin quedar encandilados por lo que pensamos va a ser el futuro.
Es cierto que necesitamos poner los pies sobre la tierra: nuestras decisiones no pueden prescindir de lo que somos, de lo que tenemos, de lo que nos falta, de lo que sentimos.
Pero también es cierto que tener los pies sobre la tierra permite avanzar hacia nuevas metas, a las que podemos aspirar con sencillez, esperanza y energía.
De este modo, vivimos en el presente, buscamos las opciones de bien que están abiertas, trabajamos por solucionar lo inmediato y por preparar asuntos de mayor envergadura.
Este día fluirá más o menos como habíamos previsto, o tendrá sobresaltos que nos exigirán un plus de fortaleza y de confianza en Dios.
Lo importante es no dejarnos arrastrar por la corriente, ni paralizarnos por el miedo, ni infatuarnos con esperanzas vacías.
Basta con vivir día a día. Ponemos en manos de Dios el tiempo que nos concede ahora, y le pedimos ayuda para invertirlo en lo único que vale la pena: en el amor a Él y a los hermanos…