Hace cuatro años Jorge Luis Morales creía que su vocación era el sacerdocio e ingresó al seminario. No resultó del todo. Hoy que está fuera, y preparado como especialista en la familia, su misión sigue siendo la misma: la santidad.
Por Rubicela Muñiz
Jorge, te han tocado dos discernimientos importantes: el ingresar al seminario y el dejarlo. Platícanos sobre ello, ¿cuál tuvo mayor dificultad?
▶ Cada una tuvo dificultades a su manera. Cuando ingresé al seminario, lo hice con la conciencia de que sería un nuevo proyecto de vida. Hice algunas renuncias a cosas que sabía que ya no viviría y tocaba integrar a esta decisión con amor. Un sacerdote decía: “para discernir si es verdadera voluntad de Dios, tienes que entregarte en serio, radicalmente, y en ese camino Él irá dejando descubrir su voluntad”. Quise que mi paso por el seminario fuera de esta manera. Tomar la decisión de salir fue difícil por estas renuncias hechas, y por las ilusiones y sueños que tenía para futuro; sin embargo, tal como al entrar, significó tomarme de la mano de Jesús y María y, simplemente, dar el paso, con todo y el miedo.
Una vez que estuviste fuera, ¿cuáles fueron tus primeros sentimientos? ¿Tuviste dudas?
▶ Incertidumbre. Le pedía mucho a Dios saber si era su voluntad o interés personal. Temía equivocarme. Recuerdo una oración crucial para la decisión: estaba en misa, las lecturas hablaban sobre la confianza en Dios, así que miré el crucifijo junto a mí, y dije: “Señor, tengo miedo; confío en ti, pero temo que mis egoísmos me hagan tomar una mala decisión, alejándome de Tu proyecto”. Bajé la cabeza en actitud de oración, y su respuesta fue muy sencilla: “¿Y no crees que yo sería capaz de salvarte aun cuando tu decisión no sea la adecuada?”. Creo que fue ese momento específico cuando “di el salto”. No estaba seguro de su voluntad pero sí de su misericordia, y sabía que nada malo pasaría mientras fuera de su mano.
Sales con muchas herramientas para ponerlas al servicio de la comunidad. Te gusta enfocarte en la familia, y muy en concreto en el matrimonio, ¿por qué esta área?
▶ Dios me ha regalado la gracia de crecer en una hermosa familia. Todo este ambiente me llevó a valorar la importancia de la familia y convertirme en familiólogo. Hasta la fecha he estado profundamente enamorado y orgulloso de mi carrera. Aun como seminarista deseaba ser “un sacerdote consagrado al proyecto del matrimonio y la familia”. ¿Por qué el matrimonio? Estoy convencido que, si la familia es la base firme de la sociedad, el matrimonio es la base firme de la familia. Creo que trabajando por una buena formación para el amor puedo aportar un grano de arena interesante para la sociedad y la Iglesia.
¿Cuál es la misión de un exseminarista?
▶ La misma del cristiano: buscar la santidad siendo testigos alegres por seguir a aquél que nos ha creado y amado desde la eternidad.
Todo esto es camino y proceso. El paso por el seminario me ha ayudado a reconocer la presencia de Dios en mi vida, y eso lleva a decir: “a donde Tú quieras, Señor”, aun cuando mi pequeño y limitado corazón a veces olvide o tema sostener esta frase. Después de todo, es a lo que nuestro cristianismo nos invita: vivir el fiat de María. Por eso es ella la mejor intercesora y modelo en la vida de fe. La misión del exseminarista, como todo cristiano, es no apartarse de la escucha del Maestro, en la vocación a la cual nos llame.
¿Cuál debe ser la expresión de un exseminarista: de gratitud, de testimonio?
▶ Cada proceso es diferente, así como la decisión de salir. En mi experiencia reconozco que, al mirar al seminario como llamada, surge la gratitud, pues se reconoce a Dios como compañero y guía del camino. Pienso en Job que, después de pasar por pruebas y tormentos a pesar de su fidelidad a Dios, dice: “yo te conocía de oídas, mas ahora te han visto mis ojos” (cfr. Job 42, 5). Sé que existen exseminaristas resentidos con la institución del seminario o la Iglesia misma. Insisto, cada proceso es diferente. Necesitamos saber acompañar como familia, comunidad parroquial o como Iglesia en general. Saber dar tiempos y medios necesarios para una adecuada reinserción a la vida cotidiana. Pienso que ayudaría mucho un proyecto o institución (de carácter eclesial o social) que ayude a los exseminaristas en esta labor.
¿Qué aspectos de tu vida te estás centrando en mejorar?
▶ Toda la vida es crecimiento y yo sigo en mi proceso. Ahora ha comenzado el reto de reintegrarme a la vida laboral, con sus luchas y cansancios (como todos). Aprender una espiritualidad de laico, que también exige una intimidad con Jesús y María; conocer y dejarme conocer por mi novia, entre otras cosas. Creo que el secreto es, no creerse “terminados” sino seguir caminando.
¿Por qué merece la pena vivir la experiencia del seminario?
▶ Primero, el seminario brinda una formación integral que ayuda en cualquier vocación. En segundo lugar, creo que la soledad con el Señor que se vive dentro del seminario (cfr. Mc 3, 13) ayuda a descubrir la vida misma como un llamado que Dios hace de manera gratuita y por amor, y eso llena la vida; se transforma en el tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo, se vende todo para adquirirlo. Finalmente, la vida del seminario me ayudó a valorar las demás vocaciones, como algo que también se debe “pensar bien” y ser conscientes del “sí” para toda la vida; después de todo, es un sí al llamado de Dios. Como dice la carta a los tesalonicenses: “vivan siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión, (pues) el que los ha llamado es fiel, y cumplirá su promesa” (cfr. 1Te 5, 16-24).
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 27 de diciembre de 2020. No. 1329