Por P. Fernando Pascual
Según algunos, la ética sirve para controlar los deseos y encauzarlos a través de reglas de convivencia y criterios que eviten abusos y daños a los otros y a uno mismo.
Según otros, la ética es parte constitutiva de los deseos humanos, no un control externo, en cuanto que orienta nuestros actos en la búsqueda de bienes fundamentales: la honradez, la justicia, el amor.
Como ejemplo del primer modo de presentar la ética evoquemos una escena bastante familiar. Una persona se despierta por la mañana. Su deseo le llevaría a quedarse en la cama. Pero la ética le ordena levantarse para cumplir sus deberes familiares y de trabajo.
Como ejemplo del segundo modo, podemos imaginar a una persona que experimenta el deseo de ir a ver a un amigo enfermo, aunque eso sea costoso, porque sabe que su amigo lo necesita, y porque cree que es bueno (que es ético) hacer esa visita.
Quizá en un análisis más profundo, entre ambos modos de presentar la ética hay más convergencias que diferencias. Es cierto que experimentamos choques entre deseos y normas. Un caso clásico es el de la dieta: queremos respetarla para cuidar la salud, pero hoy querríamos comer precisamente ese alimento prohibido…
Pero también es cierto que vivir éticamente entra plenamente en el horizonte de nuestros deseos, porque la ética consiste, precisamente, en desear bien las cosas buenas, y evitar deseos que pueden dañarnos a nosotros mismos y a otros.
En otras palabras, la opción por vivir éticamente está unido íntimamente a nuestros deseos, hasta el punto de que nos orienta a perseguir las metas con un “añadido” de bien que permite realizar cada acción en un horizonte de auténtico amor.
Salta a la vista cuánto nos cuesta vivir éticamente, sobre todo cuando, por prisas, o por pasiones impetuosas, algo absorbe nuestro corazón y nos invita a dejar a un lado lo ético para satisfacer algún deseo desordenado.
Pero luego, cuando cometemos un acto malo, un pecado, experimentamos la pena por haber ido contra nuestra conciencia, por habernos dañado a nosotros mismos o a otros. Esa pena es indicio, según ya enseñaba hace más de 2000 años Aristóteles, de que tenemos un fondo ético imborrable, y que amamos hacer bien las cosas que cada día acometemos…