Por P. Fernando Pascual

Aprender a meditar es un deseo profundo de los corazones. Está presente desde el inicio de la Iglesia: los primeros discípulos pidieron a Jesús que les enseñase a orar (cf. Lc 11,1).

A lo largo de los siglos, los cristianos han buscado maestros que les explicaran el arte de la oración. Una bella historia que narra este deseo de maestros se encuentra en una obra anónima del siglo XIX, El peregrino ruso.

Entre los muchos métodos que existen, hay uno que tiene su origen en una propuesta de San Pacomio (siglo IV). Consiste, simplemente, en escoger un texto muy breve de la Biblia y repetirlo en diversas situaciones de la jornada.

Así lo explicaba el padre Tomás Spidlik, sacerdote jesuita que fue nombrado cardenal por el Papa Juan Pablo II. Estas son sus palabras:

“Por la mañana te aprendes de memoria un pequeño texto de las Escrituras, solo un versículo que parece adecuado. Luego se repite durante el día como una oración jaculatoria. Utilizándolo en situaciones concretas se puede comprender mejor el significado del texto y sus aplicaciones prácticas” (texto tomado del libro Sentire e gustare le cose internamente, Lipa, Roma 2006).

De un modo tan sencillo, asequible a todos, el bautizado puede aprender a orar desde los textos que encontramos en la Sagrada Escritura. Además, añadía el P. Spidlik, de esta manera “saboreamos la dulzura de la palabra divina y la aceptamos como la regla que dirigir nuestras vidas”.

¿Cómo empezar? Lo más asequible sería escoger un versículo que ya conocemos por haberlo escuchado muchas veces, o porque se nos quedó grabado en el corazón.

  • “Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza” (Sal 51,15-17).
  • “El Señor es mi pastor, nada me falta…” (Sal 23,1).
  • “¡Creo, ayuda a mi poca fe!” (Mc 9,24).
  • “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final del mundo” (Mt 28,20).

Cada uno puede escoger o encontrar ese versículo, breve y vibrante, con el cual caminar durante un día.

Entonces un apagón de luz, la alegría al leer un mensaje electrónico, el abrazo de un familiar que viene a visitarnos, todo adquirirá un nuevo sabor, porque estará iluminado por la Palabra de Dios.

Parece sencillo… pero tal vez no sea fácil aplicarlo, sobre todo en un mundo como el nuestro, lleno de prisas, de mensajes, de ruido, de asuntos pendientes, de distracciones fáciles y absorbentes.

A pesar de los obstáculos, vale la pena intentarlo, como uno entre tantos otros caminos con los que la larga tradición de la Iglesia católica nos introduce en ese horizonte maravilloso de la oración, que consiste, simplemente, en el diálogo íntimo y cordial con un Padre que nos ama en su Hijo y nos consuela con el Espíritu Santo…

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 24 de enero de 2021. No. 1333

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