Por P. Fernando Pascual
No resulta fácil vivir en un mundo donde muchas acciones implican males y pecados. Además, hay ocasiones en las estamos colaborando con el mal de otros, directa o indirectamente, con mayor o menos conciencia de lo que ocurre.
Un ejército invade un territorio. Colaboran con los invasores quienes les facilitan información, armas, apoyo logístico, comida y agua.
Un país aprueba el aborto. Colaboran con esa ley inicua quienes venden material “sanitario” a las clínicas que se dedican a destruir la vida de los hijos antes de nacer.
Una empresa practica formas de esclavitud infantil. Colaboran con esa empresa quienes compran productos producidos gracias a la explotación de niños.
La lista es mucho más larga, y llega tristemente también al ámbito familiar. Por ejemplo, cuando la esposa colabora gracias a su silencio con el esposo que maltrata a los hijos pequeños.
Está claro que nunca se puede colaborar con el mal de modo directo. Es decir, es gravemente inmoral, es pecado, facilitar los medios con los que otros cometerán injusticias y aumentarán el dolor en el mundo.
En cambio, es más difícil discernir si uno está colaborando de modo indirecto en el mal de otros. Por ejemplo, al comprar una medicina necesaria para uno mismo y producida por una empresa que también fabrica píldoras abortivas, ¿estoy colaborando al mal de esa empresa?
Mi deseo es bueno: quiero curarme, o quiero curar a un familiar enfermo. Pero cada vez que voy a la farmacia y compro esa medicina, la empresa que produce otras sustancias que van contra la ética se enriquece un poco gracias a mí.
Ante este tipo de situaciones, y son mucho más frecuentes de lo que imaginamos, lo importante es tener la mente y el corazón fuertemente orientados hacia el bien y la justicia.
Desde esa orientación podré analizar, en cada situación concreta, si hay alternativas buenas que me aparten de colaborar con el mal que otros realizan, y si puedo, positivamente, contrastar ese mal para que no avance ni dañe a inocentes.
Habrá ocasiones en las que descubra que ha llegado el momento del heroísmo: no puedo apoyar a una empresa que está explotando a niños, ni a un hospital donde se practica el aborto, aunque por ello pierda mi trabajo.
Pero ese heroísmo es necesario hoy, como en cualquier época histórica, para poner un dique firme contra el mal, y para abrir el mundo a la bondad y a la justicia que son posibles gracias a los corazones que creen en Dios y que buscan hacerlo presente en nuestros días.