Por P. Fernando Pascual
El mundo moderno ha levantado rascacielos, ha pavimentado carreteras, ha instalado complicados sistemas eléctricos, ha conectado millones de aparatos en redes informáticas.
Ese mundo moderno, sin embargo, corre el riesgo de encerrarse en sí mismo y limitarse a ver solo las propias paredes o las pantallas llenas de imágenes creadas por la técnica, mientras olvida que existe mucho, muchísimo, más allá de lo que la técnica pueda ofrecer.
Es una de las ideas que ofreció el Papa Benedicto XVI en un discurso pronunciado en Alemania el año 2011. Estas fueron las palabras del Papa:
“La razón positivista, que se presenta de modo exclusivo y que no es capaz de percibir nada más que aquello que es funcional, se parece a los edificios de cemento armado sin ventanas, en los que logramos el clima y la luz por nosotros mismos, sin querer recibir ya ambas cosas del gran mundo de Dios. Y, sin embargo, no podemos negar que en este mundo autoconstruido recurrimos en secreto igualmente a los recursos de Dios, que transformamos en productos nuestros. Es necesario volver a abrir las ventanas, hemos de ver nuevamente la inmensidad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto de modo justo” (Benedicto XVI, discurso en el Parlamento Federal, Berlín, 22 de septiembre de 2011).
En ese mismo discurso el Papa señalaba la importancia que se está dando a la ecología en los últimos años. En cierto modo, tal importancia significa un reconocimiento de que el mundo que tenemos no es simple objeto a disposición de cualquier deseo humano, sino algo recibido, algo que nos sustenta.
Al mismo tiempo, Benedicto XVI hablaba de la importancia de una “ecología del hombre”, que también tiene que ser respetada si queremos realmente lograr un desarrollo armónico de nuestro ser. Estas fueron sus palabras en el discurso antes citado:
“También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo. El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando él respeta la naturaleza, la escucha, y cuando se acepta como lo que es, y admite que no se ha creado a sí mismo. Así, y solo de esta manera, se realiza la verdadera libertad humana”.
La técnica cambia el mundo. La técnica puede modificar partes del cuerpo humano y alterar incluso funciones importantes del cerebro. Pero la técnica necesita reconocer que hay límites que deben ser respetados, que hay realidades más allá de los muros de nuestras ciudades o de las pantallas de nuestras computadoras.
Solo desde el reconocimiento de la causa de la cual procede el ser humano y el mundo que le mantiene en su existencia terrena, es posible repensar nuestros modos de vivir, para abrirlos a una transcendencia, a un Dios, que es el origen de todo, y que también es la meta en la que encontraremos esa felicidad y plenitud que tanto anhelamos.