Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Acercarse a Jesús siempre y particularmente en este tiempo de la Semana Santa, pudiera reducirse a un recuerdo del pasado, a veces celebrado como acontecido hace casi dos milenios. La liturgia cristiana y católica, nos hace contemporáneos los dichos y los hechos de Jesús, a Jesús mismo en esta perspectiva de adhesión plena a Él, porque creemos en el amor que nos ofrece y enseña, y por eso decimos convencidos, sí a la fe y sí a la esperanza que proceden de Él, a las cuales nos dispone y nos adherimos vitalmente; así en nuestra cotidianidad podemos prolongar su presencia y su vida en nuestras vidas por el Amor actuante en nosotros por su Espíritu Santo. Vidas cristificadas por los sacramentos, por la Palabra de Dios, por ese ‘sentiré cum Ecclesia’ o mejor ‘sentire Ecclesiae’, es decir, ‘sentir con la Iglesia’ o ‘el sentir de la Iglesia’, como lo afirma von Balthasar, en nuestra comunión con el Papa y con nuestro Obispo, con la Tradición viva, hoy.
Nos puede ayudar una cierta consideración teológica que se desprende de aceptarlo como Hijo eterno del Padre e Hijo del Hombre, al ser engendrado en el tiempo por la Santísima Virgen María por obra del Espíritu Santo. En el evangelio de San Juan se utilizan dos verbos en griego ‘éinai’ y ‘ginesthai’; ‘ser’ y ‘llegar a ser’. Cuando hace esas referencias al Padre, aparece esa perspectiva de eternidad, su unión con el Padre; y ese proceso de ‘llegar a ser’ en el tiempo, lo que está aconteciendo, de ser Hombre. Diríamos es como una visión de simultaneidad: la eternidad y el ahora. Quizá la Santísima Virgen María tuvo esa visión contemplativa de simultaneidad: ‘es el Hijo del Padre y es mi Hijo’. Quizá esta visión contemplativa de simultaneidad la aprendió de la Santísima Virgen, el Apóstol San Juan, quien la llevó a su casa después de la Crucifixión. En cuanto Hijo del Padre, está en situación de recepción: todo lo recibe del Padre, la divinidad con todo lo que implica. Ese ser Hijo en el tiempo es vivir la voluntad del Padre en esta situación de su humanidad santísima. Esto nos permite gustar en Cristo y por Cristo el ‘hoy eterno’. Su divinidad se transparenta en su humanidad; su humanidad nos lleva a su divinidad. Por esto, la expresión de la Carta a los Hebreos (13, 8), es una gran iluminación para vivir nuestra unión gozosa con Jesucristo quien es el mismo, ayer, hoy y para siempre.
En otra perspectiva, a la cual nos introduce el Domingo de Ramos, valdría la pena interiorizar aquello que escribió Paul Winter (1904-1969, judío de Moravia, perseguido por los nazis, nacionalizado británico), en el Epílogo de su obra ‘Proceso a Jesús’. Entresaco algunos párrafos: “El juicio de Jesús sigue…Se forman tribunales, se disuelven…Los alguaciles, los delatores, los acusadores, los testigos, los gobernadores, los verdugos aún están con nosotros…’¡Crucifícale! ‘¡Crucifícale!’, resuena a través de los siglos”.
El proceso a Jesús continúa en aquellos que padecen el rechazo, la burla y la muerte. Cuántos inocentes en nuestro presente, son asesinados y víctimas de los verdugos criminales y de gobernantes débiles y apanicados. ¿Puede haber dolor como el dolor de las madres que han perdido a su hijo y ni siquiera han podido tenerlo en sus brazos para besar sus rostros y decirles un ‘hasta pronto’?; lágrimas no enjugadas, corazones rotos y sangrantes de pena. Cristo Jesús continúa su pasión en la humanidad perseguida y pisoteada. Nuestra Semana Santa y nuestros viacrucis deben ser celebrados en la cercanía con Cristo que continúa padeciendo en ellos. ¿Podemos tomar la Cruz de Jesús, como nuestra cruz, la cruz de las madres dolientes, de las familias destrozadas y acompañarlo en ellas?
Lo traído por Cristo, jamás será superado; Él es la Plenitud insuperable. El Progreso de la humanidad deberá entenderse en relación con Cristo Jesús en la perspectiva de su parusía, o de su segunda venida gloriosa con poder y majestad de cara a ‘lo último y absoluto’ de la ultimidad o ésjaton de la Historia. Todo debe medirse con este Absoluto, quien es el Primero y el Último, el Alfa y la Omega. La plenitud del tiempo se vive en conexión y en comunión con Cristo; al margen de Cristo y, por tanto, al margen de los humanos-los hermanos afligidos, pobres, sufrientes, será un tiempo vació y perdido para la eternidad. Nuestra fidelidad humana-cristiana, puede ser la fidelidad divina por la humanidad. Este es el reto de seguir a Cristo con aclamaciones infantiles y con palmas en las manos hasta el patíbulo del altar de la Cruz, del Rey de Reyes y Señor de Señores. La temporalidad en Cristo, se hace eternidad mediante su resurrección por la acción del Espíritu Santo, nuestro cristificador. “…si morimos con Cristo, viviremos con él, si permanecemos firmes, reinaremos con él; si lo negamos él también nos negará; si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2 Tim 11 b-13).