Por P. Fernando Pascual
Una creencia bastante difundida admite que vivimos en el mundo de la comunicación, donde todo llega a saberse. Sin embargo, también hoy persisten miles de situaciones desconocidas, mundos ocultos sobre los que casi nada se sabe.
Es cierto que Internet ha establecido una plataforma de inmensas posibilidades para transmitir noticias, imágenes, reflexiones, en tiempo real y a casi todos los rincones del planeta.
Pero también es cierto que miles y miles de hechos y de personas viven en el más completo anonimato, en una oscuridad totalmente ajena a las imágenes y noticias que circulan por la red.
Si, además, constatamos que Internet depende de la tecnología, y que la tecnología está en manos de empresas y de controles cada vez más invasivos, habrá que reconocer que la censura o la falta de dinero puede impedir que se difundan ideas o hechos de mayor o menor importancia.
Por eso, la así llamada sociedad de la información es, en realidad, una sociedad en la que circulan miles de millones de datos y de ideas, pero también en la que existen mundos desconocidos sobre los que brilla una ausencia asombrosa de información.
En ocasiones, algunas señales de esos mundos desconocidos aparecen, tímidamente, en la pantalla de nuestra computadora. Quizá hoy, por ejemplo, haya personas que descubrirán que existe una situación terrible de hambre en algún rincón del planeta.
Pero esas señales pueden quedar sepultadas precisamente porque estamos continuamente ante una sobreinformación sobre hechos y personas que absorben la mente de las personas y ocupan los espacios más visitados en Internet.
Ante esta situación, los periodistas, y tantas otras personas de buena voluntad, podrían hacer un esfuerzo para que los mundos desconocidos empezasen a tener más visibilidad.
Porque en esos mundos viven y mueren hombres y mujeres como nosotros, que necesitan medicinas, comida, apoyo ante situaciones de injusticia que para muchos resultan completamente desconocidas.
Incluso en el caso de que esos hombres y mujeres de los mundos desconocidos vivan con cierta justicia y con algo de bienestar, tienen derecho a ofrecer sus aportaciones al mundo dominante hoy en las redes de Internet; o, simplemente, entrar en contacto con nosotros como miembros de una misma comunidad humana.