Corres el riesgo de desarrollar conductas enfermizas tales como celos descontrolados, miedos, rencores y hostilidades.
Por Mónica Muñoz
La confianza es un acto de fe, y no, no se trata solamente de un suceso religioso, también se puede creer en las personas, en los hechos y hasta en los objetos. Alguien puede confiar en su vehículo para que lo traslade miles de kilómetros porque sabe que ha sido cuidadoso para realizarle los servicios correspondientes, o bien, se tiene la confianza para alcanzar éxito en un negocio porque se han tomado todas las medidas necesarias para lograrlo, pero lo más importante de todo, es generar confianza entre los seres humanos, porque, en ocasiones, de ello puede depender hasta la vida misma.
Pongamos el caso de una familia, los hijos confían plenamente en el padre y la madre, no se preocupan por nada porque saben que ellos se harán cargo de llevar lo indispensable al hogar y que estarán al pendiente de que todas las necesidades sean cubiertas.
Los esposos confían mutuamente en la fidelidad de ambos, porque así lo prometieron el día del matrimonio, y la prenda de esa confianza, es el amor que se tienen, otro ingrediente importante en esta fórmula. Y lo mismo podríamos decir de los amigos, los socios comerciales, los compañeros de trabajo, los miembros de una asociación, los fieles de una Iglesia, en fin, que todas las relaciones humanas requieren una gran dosis de confianza para poder avanzar.
Por eso es tan importante fomentarla y ser cuidadosos para no traicionarla bajo ninguna circunstancia, porque de perderla, muy difícilmente podrá recuperarse. Y ya entrados en el tema, ¿cómo puede perderse la confianza? Aquí tenemos la contraparte. Por supuesto, un acto de deslealtad o una mentira, dañará irremediablemente cualquier relación, pero existe otra circunstancia que puede interponerse en el camino, y esa es la duda.
Dudar significa no estar seguro de algo o alguien, pero también quiere decir sospechar de la honradez de alguien, por ello, cuando entra la duda en la vida de la gente, comienza el martirio para quien la experimenta, porque la duda envenena el alma y la mente, y puede desarrollar conductas enfermizas tales como celos descontrolados, miedos, rencores y hostilidades.
Puede ser que se tengan razones suficientes para dudar de alguna persona debido a su comportamiento, pero cuando es la envidia la que siembra la duda, hay que ser muy cautelosos antes de hacer un juicio apresurado. Porque permitir la entrada a la duda y prestar oído a rumores solamente conseguirá despertar inseguridad entre los involucrados, en pocas palabras; es abrir la puerta al demonio, aunque muchos se burlen de su existencia. El mismo Papa Francisco ha reiterado contundentemente que con el diablo no se dialoga.
Así pues, nos enfrentamos a la intervención de hombres y mujeres que, volviéndose cómplices del demonio, rompen matrimonios y amistades con comentarios perversos o actitudes provocativas que vulneran la confianza.
Obviamente, cuando dos personas acostumbran a dialogar sin ocultarse nada, estarán más protegidas de esos ataques que los que creen que no pasa nada si coquetean con el peligro.
Indudablemente hay que tener cuidado y procurar deshacerse de esas malas influencias, el mundo en el que vivimos actualmente está invadido por pensamientos relativistas que han llevado al resquebrajamiento de la familia y el matrimonio, al punto de ridiculizarlas y hacerlas ver como figuras anticuadas, sin embargo, se ha comprobado que cuando las familias se vuelven disfuncionales y los hijos viven una infancia infeliz, serán menos capaces de afrontar la vida y generar relaciones sanas, debido a la ruptura del grupo vital en el que se sentían protegidos.
No permitamos la injerencia de gente ajena y malintencionada en nuestras relaciones familiares, por el contrario, fomentemos la confianza, el diálogo y los encuentros que fortalezcan los lazos afectivos, sobre todo entre los cónyuges, porque una familia unida engendra hijos felices y productivos para su comunidad.
Que tengan una excelente semana.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 7 de marzo de 2021 No. 1339