Por Jaime Septién

Se cumplieron 40 años del atentado en contra de Juan Pablo II (13 de mayo de 1981) y este 18 de mayo, 101 años de su nacimiento. Dos mujeres fueron decisivas en su vida: la Virgen de Fátima, que desvió por milímetros la bala que estaba destinada a darle muerte; y su madre, Emilia, que desechó las instrucciones del doctor para abortarlo.

Dos decisiones, permítanme los lectores llamarlas así, divinas. La primera, desde el inefable misterio de María; la segunda, el respeto cristiano por la vida, desde el momento mismo de la concepción, hasta la muerte natural (de la cual fue un ejemplo el propio Papa, al no bajarse de la cruz no obstante el brutal deterioro en que se encontraba diez años antes de pasar a la Casa del Padre).

Son decisiones que solamente conoce Dios y que elevan al ser humano a una esfera superior: la de la visión de la trascendencia. Conocemos las notables. En el caso del no aborto, además de San Juan Pablo II están ahí artistas, como Andrea Bocelli o deportistas, como Cristiano Ronaldo; pero ¿cuántas madres habrá que contra consejos y riesgos de morir prefirieron dar a luz?

Si alguien pregunta qué es ser cristiano, no hay mejor ejemplo que éste: ser cristiano es dar la vida por el otro. ¿Suena reduccionista? Pues bien, reduzco a una frase la inmensidad de una fe.

TEMA DE LA SEMANA: “DETRÁS DE ÉL HUBO UN GRAN SÍ A LA VIDA”

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de mayo de 2021 No. 1349

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