Más de alguno se habrá puesto a pensar qué hubiera pasado de no haber optado por las decisiones tomadas, algunas de ellas que parecían en su momento insignificantes: “De no haber ido a ese retiro juvenil donde conocí a quien hoy es mi esposa, ¿Dios me hubiera hecho conocerla en otro lugar, o yo hoy estaría casado con otra persona?”; “Si hubiera dejado pasar a ese automovilista, ¿me habría librado del accidente que me ocurrió minutos después?”; “Si no me hubiera comido ese antojito en la calle, ¿me habría salvado de padecer neurocisticercosis?”; etc.
Universos paralelos
Si bien se dice que “el hubiera no existe”, hay en el campo de la astrofísica una hipótesis bastante fantasiosa que quiere entrever la posibilidad de que ocurran múltiples universos paralelos, distintos al nuestro en cuanto a que, en aquéllos, los seres humanos fueron tomando caminos distintos a los que optaron en el universo en el que vivimos. Así, si alguien caminó por la derecha, en un universo paralelo caminó por la izquierda; si aquí alguien se levantó a tiempo para ir al trabajo, en un universo paralelo esa misma persona se quedó dormida y perdió su empleo; si aquí alguien es pobre, en otro universo puede que sea rico; etc. Es decir, según esta teoría, “el hubiera sí existe”, pero ocurre en otra dimensión.
Una sola oportunidad
Al final, dicha hipótesis no es muy distinta de la creencia en la reencarnación en cuanto a que se quiere suponer que, tras una mala decisión, hay el consuelo de poder tomar una distinta —o muchas, en interminables oportunidades— en otra vida o en otra dimensión. Pero la enseñanza de Dios es clara: “A los hombres les está establecido morir una vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9, 27). La vida terrena es una sola, y de cómo se viva dependerá lo que se obtenga al final: “Si tú quieres, puedes observar los Mandamientos; está en tus manos el ser fiel. Ante ti [Dios] puso el fuego y el agua: extiende la mano a lo que prefieras. Delante de los hombres están la vida y la muerte, a cada uno se le dará lo que ha elegido” (Eclesiástico 15, 16-17).
La decisión de Emilia
Emilia Kaczorowska (1884-1929) no creía en universos paralelos y reencarnaciones, sino en Dios y en su doctrina y, por tanto, respetaba la sacralidad de la vida.
Ella y su esposo, el militar retirado Karol Wojtyła, habían visto nacer en 1609, en Wadowice, Polonia, a su primer hijo, a quien bautizaron con el nombre de Edmund. Diez años después del nacimiento del primogénito, Emilia dio a luz a Olga, quien murió el mismo día en que nació, tras poder recibir el Bautismo.
Y cuando Emilia estaba esperando a su tercer hijo, hallándose enferma, los médicos le insistieron en que el embarazo era dañino para su salud, por lo que era imprescindible que abortara.
Pero ella se negó a matar a su niño, dispuesta arriesgar su propia vida con tal de que él naciera.
El pequeño vio la luz el 18 de mayo de 1920, fue bautizado con el nombre de Karol Jòzep, y se convirtió en vicario de Cristo en el año 1978, tomando el nombre de Juan Pablo II.
¿Nos podemos imaginar cómo habría sido el mundo desde 1978 hasta la fecha si su madre hubiera decidido abortarlo?
TEMA DE LA SEMANA: “DETRÁS DE ÉL HUBO UN GRAN SÍ A LA VIDA”
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de mayo de 2021 No. 1349