Cuántas veces nos hemos sentido solos, perdidos o quizás hemos sentido la agonía del corazón desanimado; buscamos respuestas que no encontramos o tocamos las puertas equivocadas sin recordar en quien nos podemos refugiar.
Por Mary Velázquez Dorantes
A toda esta bruma, que parece pesar sobre el mundo, hay una respuesta armoniosa, llena de plenitud, amor y esperanza: el encuentro con el Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad que en todo creyente cristiano obra milagrosamente.
Probablemente no sepamos acercarnos a Él, pero nuestra alma lo anhela, sabe del poder espiritual que llena nuestra mente y nuestro ser, quizás lo único que tenemos que hacer es conectar a través del diálogo y la oración con esta presencia amorosa.
DESCUBRIENDO SU GOZO
Es fácil enamorarse del Espíritu Santo a través del gozo que derrama en nosotros. Algunos no lo han experimentado porque probablemente están esperando un evento asombroso, pero realmente se encuentra en lo cotidiano y ese sentir también es espectacular.
No somos cristianos individuales o solitarios, somos cristianos acompañados del Espíritu de Dios, he aquí la respuesta más grande, porque todo creyente debe sentir esta compañía, que mora en nuestro interior, en nuestros pensamientos, pero para ello debemos abrir las puertas, adquirir valor, dejarlo entrar en nuestra simpleza, pero también en nuestro intelecto, ser sensibles en su presencia, cerrar los ojos y pedirle que nos visite a través de nuestras emociones, de nuestro temperamento o nuestro carácter. Nadie como Él para conocer lo que sucede en nuestro interior, y tampoco nadie como Él para conocer a Dios.
SER SENSIBLES A SU PRESENCIA
Dios se manifiesta de múltiples formas, conoce cada uno de nuestros pensamientos, es capaz de realizar una radiografía perfecta de cada uno de nosotros. Su poder, radicada en que fuimos creados a imagen y semejanza suya, entonces, ¿por qué no abandonarnos en la presencia de su espíritu?, ¿por qué sentirnos agobiados y olvidados? Cuando el Espíritu de Dios mora en nosotros, y al mismo tiempo obra a través de nosotros, es omnisciente, es decir, sabe todo.
La tarea por lo tanto, es dejarnos seducir por su presencia, por su verdad, por su omnipotencia, sin olvidar que Dios en espíritu crea y recrea, nos vuelve a formar, porque tiene un poder ilimitado. Hablar con él en las mañanas, en el trayecto al trabajo, en el descanso de la noche nos va permitir ser sensibles a su presencia.
UN MINUTO, ÚNICO DE ÉL
Muchas tareas nos rodean, muchas actividades nos distraen de la conversación con Dios, pero su bondad es tan amplia que requiere de sólo un minuto dedicado a Él. Porque siendo el Espíritu de la vida, nos acompaña durante toda nuestra existencia, y al estar con nosotros el tiempo le pertenece, al relacionarnos con Él podemos sentir esa compañía.
Puede ser en tu auto, tu vecindario, la Iglesia, tu recámara, tu oficina, el lugar que más te agrade, y en un minuto hacerle el llamado a trabajar en nosotros, a sentir su guía para nuestros sueños, a fortalecer nuestra personalidad, a edificar en nuestras tareas del día a día.
No esperemos un suceso extraordinario, porque cada segundo que pasa ya es un suceso maravilloso para dialogar con el Espíritu de Dios. Invítalo a tus tareas comunes, a tus proyectos, a tus anhelos, a tus problemas y enfermedades, sólo llamándole con una simple frase: Ven Espíritu de Dios y mora en mí.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 23 de mayo de 2021 No. 1350