Por Jaime Septién

La indignación causada en millones de católicos mexicanos por los fallos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación al despenalizar el aborto y considerar que no existe persona humana en el momento de la concepción, es perfectamente justificada. Sin embargo, nada ganamos con el enojo. La mujer embarazada (que no “la persona gestante”) y su bebé (que no “el producto”) necesitan todo nuestro apoyo. ¿Cómo?

En una conferencia en la ONU, el ginecólogo sinaloense Juan Carlos Balcázar, tras nombrar tratados y acuerdos internacionales en los que “se empodera a la mujer sobre su principal derecho que es el respeto a la vida humana desde su concepción”, propuso algunos puntos concretos. Por ejemplo, “mejorar médica y hospitalaria con apoyo psicológico durante el embarazo, parto y puerperio a quienes han sido víctimas de abuso sexual y a aquellas mujeres que presentan un embarazo inesperado, sin costo alguno para la paciente”.

También, apoyar con trabajo digno y proteger el trabajo en la etapa del embarazo en la mujer evitando que lo pierdan. Además, “aplicar efectivamente los programas de ayuda y crear mejores oportunidades para que los hijos de estas personas puedan tener una garantía de vivir adecuadamente y posibilidades de estudio digno y de calidad”. Y algo muy importante: “Fomentar el desarrollo y apertura de instituciones que ayuden a la mujer en todo momento y por cualquier causa por la que haya quedado embarazada”.

Dejemos que los ministros se enreden en sus cuestiones legaloides. Nosotros debemos actuar. Sin obras, la fe no existe. Tampoco la defensa de la mujer. Ni de la vida.

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Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 19 de septiembre de 2021 No. 1367

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