Por Jaime Septién
Una de las expresiones más felices que le he escuchado al Papa Francisco (y vaya que tiene muchas) es la de reconocer a “los santos del departamento de al lado”. Acostumbrados a acercar lo lejano y a alejar lo cercano, nos olvidamos de testimonios luminosos; testimonios de vida que son el futuro del catolicismo en un mundo inmerso en nubarrones de oscuridad disfrazados de luces de colores.
Maité y yo hemos sido testigos de uno de estos actos heroicos que redefinen –sin aspavientos—el camino a seguir como matrimonio y como familia, al tiempo que nos ayudan a “pensar y agradecer” el don inmenso de nuestra fe.
Rosy, la mujer de Toño Osorio, comenzó hace tres años con una serie de pequeños infartos cerebrales que fueron minando su salud hasta que, en las últimas semanas, ya no podía alimentarse. Sufrimiento compartido por Toño que dejó todo para volcarse en el cuidado, 24/7 de su esposa. Al final, sus hijas le ayudaron en relevos. Rosy murió el viernes 15 de octubre en el Hospital del IMSS, en Querétaro.
Le pregunté a Toño por teléfono qué era lo que lo había sostenido este tiempo de prueba. Su respuesta fue ejemplar: la fe y el compromiso adquirido en el sacramento del matrimonio. “Y como enseñanza del Triduo Pascual, que la muerte no tiene la victoria definitiva”. ¿Es necesario algo más? La santidad es eso, una forma de felicidad emanada del desprendimiento de lo superfluo para atender lo esencial. Y está en el departamento de al lado.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 24 de octubre de 2021 No. 1372