Por Jaime Septién

El siguiente párrafo del escritor católico Juan Manuel de Prada, publicado en varios medios del mundo de habla hispana, me parece poco menos que genial, dada la tremenda realidad que toca, la denuncia que hace del puritanismo que invade la política, la sociedad, la Iglesia misma:

“Si fingimos que nuestra naturaleza es angélica y no está sometida a las debilidades y tropiezos propios de la naturaleza humana, sólo lograremos construir un mundo irrespirable, donde los errores y las faltas serán cada vez más monstruosos, donde nadie renegará ni se arrepentirá de lo que antaño hizo, donde el puritanismo y el resentimiento formarán una amalgama siniestra, creando personas sin sentimiento de culpa que se dedicarán a fiscalizar frenéticamente las culpas ajenas. Un mundo enfermo y neurótico, sin piedad ni perdón, donde los criminales más horrendos podrán confundirse con santos, con tan sólo ocultar sus crímenes; y donde hasta los santos más sinceros (o sobre todo ellos) podrán ser estigmatizados, con tan sólo reconocerse pecadores”.

A veces veo fruncir el ceño a los puritanos cuando el Papa Francisco se confiesa pecador. A veces veo alzar el puño y gritar vivas a quien se confiesa santo desde el podio de la política y condena sin reparo las “faltas de los de antes”. Halagar a pecadores contumaces que se dicen santos y denostar a mujeres y hombres que se reconocen pecadores, puede ser el principio del fin de la comunidad. Y de la comunidad eclesial también. De hecho fue el Papa Francisco, con su frase repetitiva “Recen por mí” el que ha introducido este obús en el centro del puritanismo católico. Y a un grupo de argentinos que lo coreaban en Santa Marta, pero que no pudieron acercarse a él, les dijo: “Nos vemos… en el Purgatorio”.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 9 de julio de 2023 No. 1461

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