Por Jaime Septién

Hace muchos años, recibí una lección que no se me olvidará jamás. Se trataba de lo siguiente: un grupo de madres con hijos con problemas de nacimiento se dedicó a dar consejo a las nuevas parejas que recibieron la noticia de que su bebé había venido al mundo con necesidades especiales. Generalmente, la notificación era: “Nació con…, ya no hay nada qué hacer”. El grupo de apoyo tomaba la estafeta. Y decía con firmeza: “Perdón, pero a partir de ahora hay todo por hacer”.

Es exactamente el mismo pensamiento que quiero compartir en este número, después de la brutal regresión antidemocrática que ha sufrido México, hay todo por hacer. Lo primero: que no cunda el desánimo. Es muy fácil desinflarse, decir que el arroz ya se coció y lo único que queda por delante es atrincherarse en el sitio donde “nos tocó vivir”; dejar que las cosas rueden, “a ver si algún día mejoran”.

La aplanadora oficialista y sus compinches electorales (que solo iban por el hueso) ha dotado de un poder que desde hacía cinco sexenios no tenía el Ejecutivo. Esto es peligroso para México, pero también para la presidenta electa: el poder absoluto corrompe absolutamente. No hay quién lo sepa manejar. Es inhumano.

Pues bien, ya está consumado. ¿Ahora? Ahora toca a la sociedad poner los límites. Ahora toca ser exigentes con el gobierno, pero también con nosotros mismos. Tal vez nos acostumbramos a los contrapesos de nuestra débil democracia. Ya desaparecieron. ¿Dónde están las voces de los católicos? Un salto para atrás de esta naturaleza merece valor. Elevar la voz diciendo: “yo estoy por la verdad”. Y la verdad es que no podemos convertirnos en la Venezuela de Maduro o en la Nicaragua de los Ortega-Murillo. La verdad es el respeto a la libertad, a los derechos humanos y a los derechos de Dios. El Observador está para eso. Ocúpenlo.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 1 de septiembre de 2024 No. 1521

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