Por P. Prisciliano Hernández Chávez.CORC

Celebramos está misa, por nuestros seres queridos de los que estamos aquí; pero queremos que tenga en esta noche una connotación especial. Oramos por esos hermanos depositados en las fosas comunes. A media luz y con estas lucecitas rutilantes de las veladoras ante el altar, queremos simbólicamente hacerlos presentes para nosotros, aunque para Dios todos estamos ante su Rostro.

Aunque la muerte siempre acecha, en estos tiempos de pandemia, su presencia se hace evidente. Separaciones dolorosas e inesperadas, aumentan la tristeza y desgarran el alma. Pero hay tantos hermanos nuestros que son sepultados en las fosas comunes, porque nadie los ha reclamado: ignotos, sin nombre, sin más datos personales que su propio cuerpo olvidado y abandonado.  Son simplemente, ‘nadie’. Es lo más terrible que puede acontecer a una persona, que sea ‘nadie’, sin familia, ni ascendencia ni descendencia. Lo más despersonalizado, solo un numero común en la fosa común.

Nosotros tenemos seres queridos: unos por los cuales hemos llorado y otros, esperamos, que también nos acompañen a ese lugar de nuestro descanso.  Pero por estos hermanos nuestros, ni una lágrima, ni un reclamo.

Por estos hermanos ‘desconocidos y despersonalizados’, por las circunstancias dolorosas de su vida, hemos querido acercarnos a ellos, para decirles con nuestra plegaria y nuestro recuerdo: no sé cómo te llamas, ni sé que te llevó a esta situación; pero eres ‘alguien’, por quien oro, por quien esta comunidad ora.

Estas veladoras encendidas, queremos que sea el símbolo pequeño y luminoso de tu presencia, ante este altar de Jesús, quien no solo nos ha acompañado en con su muerte y su dolor a nuestra propia muerte. Él está presente: no son ajenos a su Corazón ni a su mirada misericordiosa.

No lloramos por ustedes, pero el corazón se nos llena de pena y de una gran tristeza. Son ustedes los más pobres de los pobres entre los mismos pobres. Jesús asume su representación: son también Él. Por eso son nuestros hermanos. Tienen su nombre escrito en el libro de la vida, del ámbito eterno.

Si Jesús tiene su Corazón traspasado por ustedes, ¿cómo no lo hemos de tener también nosotros? Cualquiera de nosotros podría haber pasado por este calvario que ustedes han vivido: sin familia, sin amigos, ni siquiera enemigos que vociferaran su nombre.

Nuestra súplica unida a la de Jesús, en esta noche silenciosa,- con la voz solemne del órgano y el bello canto de Juliana, la elevamos por ustedes, hermanos desconocidos, enmarcados en una herida de la tierra, que será hasta ahora su morada, en espera, de su resurrección gloriosa. Ante nosotros, no conocemos sus nombres ni sus historias personales; pero Dios el Padre de todos, conoce sus nombres. Él sí sabe quien es quien.

El duelo es proceso que transforma la apariencia en verdad: ¿quiénes somos, a dónde vamos, qué sentido tiene la existencia? Ante la muerte, la filosofía deja de ser teoría e inicia su caminar de vida en la incidencia de los límites de no ser y de ser, temporal y eterno.

Sin esperanza, la vida agoniza cada instante; sin esperanza la locura del olvido, la molestia insoportable de ‘polvo eres y en polvo te convertirás’. Sin esperanza, cero preocupaciones o todos los problemas.

La muerte de estos hermanos desconocidos, sin nombre ni estirpe, nos grita con su voz muda que golpea una vez y otra vez ese interior ignorado y acallado.

Por Jesús Cristo, la muerte ya no es superior; ha sido superada en su victoria, desde su encarnación, su pasión y su muerte, por su resurrección nos habilita para una vida después de esta vida; también a ustedes hermanos, desconocidos para nosotros.  En Él l su carne humillada y olvidada, se vestirá de luz, de gloria y de recuerdo. Los llamará por su nombre. Y todos los pueblos y naciones los conocerán. Ante su vestido de ignominia, en Jesús, ésta es nuestra oración, que se vistan de luz y de gloria.

Pensar en la muerte de los seres queridos, la de estos hermanos desconocidos y la nuestra propia, nos descubre en Cristo esa historia de amor de familia total: somos hijos del Padre; no nos abandona al polvo que se lleva el viento o a la nada en sí misma impensable.  Los proyectos de su amor duran por siempre y tenemos un lugar en su corazón, la vida sin fin y el gozo sin ocaso. Ante la muerte, ésta es la esperanza. Ésta es la esperanza, también de ustedes, hermanos, aunque olvidados, cercanos al Corazón de Cristo. Amén.

Imagen de Ri Butov en Pixabay

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