Por P. Fernando Pascual

Con frecuencia, en la lucha contra el pecado y en el trabajo por conquistar las virtudes, nos damos cuenta de que somos débiles, de que muchas veces sucumbimos ante la fuerza de las tentaciones.

Un texto de hace varios siglos lo expresaba de modo claro. “Sucederá que sientas que las fuerzas no te bastan… las físicas y las espirituales. En otras palabras, puedes sentir que te esperan tareas para las cuales, a pesar de tu buena voluntad, estás manifiestamente impreparado, o situaciones contingentes en las que el cansancio, la fatiga duradera, la salud, el peso de las responsabilidades o la turbación de los afectos pueden llevarte a actitudes inconstantes o incluso a ofender la caridad” (Maestro de San Bartolo, Abbi a cuore il Signore).

La enumeración anterior muestra cuántos factores intervienen en nuestro interior y cómo nos llevan a constatar eso que tanto nos asusta: somos débiles para el bien, y sentimos un empuje hacia el mal. El peligro de ofender a Dios está siempre a nuestra puerta.

Ante el miedo que puede surgir por sabernos vulnerables, el texto antes citado ofrece un consejo sencillo: “encomienda al Señor tu debilidad”. Y añade: “tú sientes con especial clarividencia que el bien no está a tu alcance, que el deseo por sí mismo no puede llegar al fin; tu percibes, en otras palabras, que solo Dios salva y que solo de Él recibes cualquier capacidad”.

Por eso hace falta confiar en el Señor. “Dirígete hacia donde Él te diga y cumple lo que te manda, sin fijarte en las fuerzas que no tienes, y lanza tus redes en Su palabra”, añade nuestro Autor.

Es uno de los misterios más grandes de la propia vida espiritual: somos débiles, y Dios quiere que le demos nuestra debilidad. Incluso Él permite nuestras caídas, para que así seamos humildes y confiemos en Él, como insiste ese mismo texto.

“Puedes encontrar una confirmación de lo que digo recordando las muchas ocasiones en las cuales, aunque hubieses tomado propósitos sinceros, no fuiste capaz de mantenerlos. Y no porque no lo quisieras o hubieses cambiado de parecer, sino porque la fuerza de la ‘carne’ ha superado la fuerza de la buena voluntad”.

Ante los fracasos, ante la propia incapacidad de hacer ese bien que deseamos sinceramente, solo nos queda ponernos en las manos del Padre, conscientes de que sin Dios nada podemos, pero con Dios somos invencibles.

(Las citas aquí recogidas se encuentran en este volumen: Maestro di San Bartolo, Abbi a cuore il Signore, San Paolo, Cinisello Balsamo 2020, pp. 110-111).

Imagen de Sor Cata FMA en Cathopic

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