Por Mónica Muñoz
Estamos a punto de terminar el año 2021, ¿quién lo dijera? Han pasado dos décadas del siglo 21, hemos vivido ya veinte años desde que se inauguró aquel lejano dos mil, que se veía tan futurista en las películas de ciencia ficción y tan fatalista para las premoniciones de los falsos adivinos, y, sin embargo, parece que, en medio de tantos adelantos científicos y tecnológicos, en vez de mejorar, vamos de picada en la apatía y la indiferencia ante situaciones trascendentes. Me basta con mencionar algunos ejemplos, los que ilustran que, en nombre de la tolerancia, dejamos de hacer lo importante por lo inútil.
Porque, hagamos algo de memoria, cuando iniciaba el dos mil, no todos teníamos internet ni computadoras, si requeríamos hacer alguna investigación, teníamos que acudir a la biblioteca para leer una buena cantidad de libros que pudieran proporcionarnos la información necesaria. O bien, si teníamos que tratar algún asunto serio, buscábamos a las personas para hablarlo de frente. En el campo de la moral, nos importaba mucho nuestra reputación, y no por hipocresía, sino porque era difícil construir una buena imagen, y mantener un prestigio limpio y confiable, en cambio, ahora nos han vendido la idea de que no hay que temer al qué dirán, invitando a enorgullecernos de lo que antes nos causaba vergüenza, ridiculizando la decencia y el buen comportamiento.
Y qué decir de lo que los medios de comunicación han filtrado en la cultura actual, todos nos hemos uniformado y ya no hay diferencia con lo que se compra en México o en China, pues en nombre de la globalización, podemos conseguir los mismos productos en cualquier parte del mundo, sin distinguir su procedencia.
Ahora, si toco temas más espinosos, segura estoy de que me haría muchos enemigos, sobre todo porque se apresurarían a tacharme de intolerante y no sé cuántos epítetos más, simplemente por defender formas de vida tradicionales, como la familia de papá, mamá e hijos, la pareja de hombre y mujer y el respeto a la vida desde su inicio en la concepción hasta su fin natural, pues como todos sabemos, ahora están de moda muchas ideologías que han pervertido a la humanidad, a tal grado que en varios países están proponiendo legalizar las relaciones con animales o menores de edad.
Y todo este maremágnum de novedades, se ha venido desarrollando a un paso vertiginoso, porque en solo veinte años la mentalidad y forma de vida de una gran parte del mundo ha dado un giro de 180 grados, dando la espalda a quien piensa distinto. Y una de las consecuencias de esta transformación, se ha dado también en la manera en la que hacemos nuestras actividades, aún aquellas que nos reportan ganancias económicas o que nos convienen por alguna razón.
Créanme que no exagero, gracias a la facilidad que tenemos ahora para adquirir objetos y hasta conocimientos, se ha perdido la habilidad y la intención de profundizar en la información que nos llega a través de las redes sociales, todo nos lo creemos sin poner resistencia, pensamos que si lo vemos en el face, de seguro se trata de una verdad absoluta, gran ironía en esta era de las verdades relativas. Y sin empacho alguno, nos tragamos los cuentos sin replicar, basta con observar la sarta de videos que se suben en esta red o en una similar, para darnos cuenta de que en solo treinta segundos se puede convertir una mentira en verdad.
Además, con tanto tiempo de encierro, estudios, labores y actividades a distancia, nos hemos acostumbrado a la comodidad, ya no nos gusta molestarnos en hacer las cosas por nuestra cuenta, queremos que todo nos llegue a la puerta de la casa, y si se trata de realizar algún trabajo, deseamos que sea sencillo y fácil de resolver a través del celular.
Simplemente nos estamos atrofiando, y, sin sentirlo, nos vemos envueltos en la mediocridad. Me da pena ver a gran parte de la juventud inmersa en el mundo del tiktok pues, a la par de los microvideos, está creciendo una generación que aspira a ser popular haciendo banalidades, ansiosos de conseguir muchos “me gusta” y olvidando que su vida es más importante que obtener seguidores, en lugar de enfocar sus talentos en prepararse para sustituir a las generaciones que les anteceden. Yo me pregunto, ¿qué clase de médicos, abogados y profesionistas en general tendremos, si ya no quieren esforzarse en leer o siquiera mejorar su ortografía?
Los adultos tenemos la responsabilidad de dar el ejemplo, por eso nuestro compromiso de vivir coherentemente es mayor, inculcar valores a los niños, adolescentes y jóvenes implica que estemos más preparados cada vez y que evitemos delegar en otros la educación que tenemos que darles, en otras palabras, que dejemos la mediocridad y nos involucremos enteramente en mejorar la vida de los nuestros. Creo que ese sería un extraordinario propósito de año nuevo, empezar a hacer bien lo que nos corresponde y dar ejemplo de entrega, fidelidad y entusiasmo en todo lo que emprendamos, para que nuestros hijos hagan lo mismo y le den sentido a sus vidas.
Les deseo un año 2022 colmado de bendiciones.
¡Feliz año nuevo!
Imagen de Loc Nguyen en Pixabay