Por P. Fernando Pascual
La pregunta sobre lo bueno acompaña cada existencia humana. Porque cuando conocemos lo que sea lo bueno para uno mismo y para los otros podemos orientar correctamente nuestras decisiones y alcanzar una vida bella.
Los problemas surgen ante la pluralidad de propuestas sobre lo que sea bueno y lo que sea malo. ¿Es bueno lo que satisface nuestras tendencias animales? ¿O lo que responde a las preguntas de la inteligencia? ¿O lo que permite adaptarse a los demás? ¿O lo que conserva la salud “indefinida”? ¿O el dinero y los bienes materiales?
El pluralismo de teorías acompaña otro pluralismo, mucho más complejo: el de las opiniones de la gente. Porque sin estudiar ética, sin conocer los debates sobre la misma a lo largo de la historia, cada persona concreta experimenta cambios en su modo de comprender qué sea lo bueno y cómo llevarlo a cabo.
Necesitamos momentos de pausa en la vida para buscar eso bueno que la embellece, que vale la pena, que impulsa a seguir adelante, que nos lanza fuera de nosotros mismos y permite que el mundo mejore.
Eso bueno, para algunos, será lo que lleva a la realización personal, a la plenitud, a esa satisfacción interior de quien sabe que lo que hace cada día tiene un sentido.
Pero intuimos que hay algo bueno más grande, más bello: un amor que nos saca de nosotros mismos y nos orienta a buscar lo que ayuda y perfecciona la vida de otros, cercanos o lejanos.
Ese amor, que es grande, justo, noble, explica y fundamenta tantas vidas bellas de santos, de mártires, de hombres y mujeres que orientan su mente, su corazón, sus decisiones, a consolar, a curar, a acompañar, a producir todo aquello que perfeccione la vida de otros.
Quizá un día podamos descubrir que lo bueno que embellece la vida fue encarnado y vivido de modo pleno por Jesús de Nazaret, Hijo del Padre e Hijo de la Virgen María, que pasó haciendo el bien (cf. Hch 10,38), que curó a enfermos, que consoló a tristes, que perdonó a pecadores, y que nos abrió un horizonte de alegría y de amor que empieza en el presente y que llega hasta la vida eterna…
Imagen de carlos pereyra en Pixabay