Por Jaime Septién

En su libro Pensamientos marianos de los Padres de la Iglesia (Buena Prensa, 2016) el profesor y periodista italiano Marco Pappalardo nos regala una serie de fragmentos de sermones sobre la Virgen María en los primeros siglos del cristianismo.

Uno de estos pensamientos, el de san Cirilo de Alejandría (muerto en el año 444), llama, hermosamente, a María “casa de aquel que no puede ser contenido en ninguna casa”. La figura literaria, además de profunda, expresa algo que es esencial para el cristiano: María es la casa de todos los hombres porque es la casa de Dios hecho hombre.

Aquí el centro de gravedad de la expresión del de Alejandría es el término casa. Hogar, donde se quema el fuego de la hoguera. El fuego del amor. Todos tenemos en nuestra memoria una imagen de casa: refugio, infancia, cercanía, calidez. No es “mí casa”, sino ese lugar en donde me siento acogido, bienvenido, querido y cobijado.

También Jesús tuvo esa imagen en su memoria, como la tenemos nosotros, desde el seno materno. Por ello, María se engrandece en su humildad de hogar de Dios y de los hombres. Es poderosa en su sencillez. Ella es la casa de todos los que la invocan. Refugio de pecadores y de santos. Lugar bendito –dirá san Agustín—donde se aúnan nuestras almas a su esperanza “como a un ancla verdaderamente sólida y segura”.

TEMA DE LA SEMANA: UN AÑO PARA VIVIR CON MARÍA (II)

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 9 de enero de 2022 No. 1383

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