Por Jaime Septién

Al inicio de 2022 nos dirigimos a María. Ella, como decía san Juan XXIII, da un ejemplo magnífico, sincero, real, de “humildad, pureza y caridad viva”. Su rostro, apenas visible en los evangelios, es dulce, pero de una dulzura fuerte: muestra la armonía suprema de la delicadeza.

Guardaba en su corazón lo que iba conociendo de su Hijo. Nunca presumió ni se enalteció. Qué difícil para mí resulta callar y esperar. Qué difícil obedecer. Algo en mi interior se rebela. Quiero aparecer y hacer que mi voluntad se convierta en ley de vida. Transformo, constantemente, el “Hágase en mí según Tu Palabra” en “Hágase en el otro Tu Voluntad”.

Vuelvo a san Juan XXIII: “Nuestro deber es ser santos”. De inmediato sobreviene la sonrisa irónica: “¿Santos? ¿Cómo serlo en el mundo de la competencia despiadada?” Si María (o José) hubieran sido yo, seguro habrían encontrado justificaciones, pretextos a cuál más de descabellados. “Perdón, está muy bien el anuncio que me trae Tu Ángel, pero mejor que venga otro día; no estoy preparado para recibirlo, mucho menos para enfrentar una tarea tan pesada: acuérdate que tengo que cumplir con mi patrón, llevar el pan a la casa, terminar de ordenar mi vida…”.

Hay algo que embelesa de María. Que hace el camino a la santidad (el camino al Corazón de Jesús) algo tan sencillo como un “sí”. El “sí” de la vida. El “sí” de la paz.

TEMA DE LA SEMANA: UN AÑO PARA VIVIR CON MARÍA

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 2 de enero de 2022 No. 1382

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