Por Arturo Zárate Ruiz

Que no pertenezcamos al mundo no implica no vivir, es más, no gozar de lo legítimo de él. No hacerlo sería, en cierto modo, no admitir la admirable creación de nuestro Señor, pues, como leemos en el Génesis, “Dios vio que todo cuanto había hecho era muy bueno”, es más, “Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara”, que si hay algo malo en lo creado, no es por culpa del Padre, sino producto de las criaturas (humanas o angélicas) creadas libres que no hemos obedecido al Altísimo y que, así, hemos ocasionado daños terribles a su obra, a punto de, como dice san Pablo, “la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores”; creación —ésa es nuestra esperanza— que por la redención de Jesucristo no sólo recobrará sino adquirirá un mayor esplendor.

De hecho, como señala el libro de la Sabiduría, “a partir de la grandeza y hermosura de las cosas” llegamos “por analogía, a contemplar a su Autor”. Aun el pobre de san Francisco alabó al Señor tras admirar la hermosura de sus criaturas. Y la Iglesia ha recomendado a quienes desprecian el mundo de manera radical el no recluirse en cuevas (como san Antonio Abad) ni apartarse en lo más alto de un pilar (como san Simeón el Estilita), sino más bien vivir en una comunidad religiosa, y así brindar al hermano el amor cristiano.

Estar en el mundo es participar con nuestro trabajo en la obra creadora de nuestro Padre; es amarnos los hermanos, los unos a los otros, hasta el extremo como lo hizo Jesucristo; es santificar todo lo que nos rodea como lo hace el Espíritu Consolador.

Como dijo Salomón en el Eclesiastés, “hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol… un tiempo para llorar y un tiempo para reír, un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar”. Por ello, no hagamos como los fariseos amargados, a quienes Jesús dijo “¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!”, y también les advirtió que “vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: Es un comilón y un borracho, amigo de cobradores de impuestos y de pecadores”.

Si algunos religiosos, aun así, deciden retirarse del mundo, no lo hacen porque éste no sea amable. Lo es. Lo hacen para dar testimonio de algo mucho más amable, nuestro Señor; es más, para que no nos olvidemos de que “solo Dios basta”.

El problema con el mundo no es que no sea amable. El problema es que es tan amable que por él nos olvidamos de cosas mejores, Dios y nuestros hermanos. Los diablos y nuestros primeros padres se amaron tanto a sí mismos, por su propia belleza, que se ensimismaron y pusieron a un lado a su Señor.

Y hoy lo seguimos haciendo por conseguir fama, poder, dinero, placeres, que aun los legítimos se vuelven perversos si le damos la espalda a nuestro prójimo, que merece nuestro amor, y a Dios, a quien debemos nuestro agradecimiento y nues- tra alabanza.

Lo olvidamos de manera radical cuando deformamos el mundo creado por Dios, para ajustarlo a nuestros caprichos. Entonces llamamos “música” al ruido, “arte” a la basura, “amor” a la lujuria, “logro económico” a la usura, “libertad” al libertinaje y el desorden, “progreso” al abandono de toda moralidad, “derecho reproductivo” al aborto, “democracia” a la demagogia, “felicidad” al narcotizarse y al consumismo, “razón” y “verdad” a lo que nos dé la gana pensar. Nos quedamos así no con el mundo original que diseño Dios, sino con un producto “pirata”, y bastante defectuoso.

Aun nuestro cariño por criaturas genuinas es indebido si no nos remite a su Creador ni su goce se traduce en amor por nuestros hermanos. Es más, por más que de este modo nos engolosinemos con las criaturas, éstas acabarían por asquearnos pues son finitas, son caducas. No así Dios. San Agustín nos lo explica: “Nos has hecho para ti e inquieto es nuestro corazón, hasta que no repose en ti”.

En cierta medida, es por todo esto que Jesús nos advierte que “el que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que sacrifique su vida por causa mía, la hallará”, y explica: “¿De qué le serviría a uno ganar el mundo entero si se destruye a sí mismo?”.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de enero de 2022 No. 1384

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