Por P. Alejandro Cortés González-Báez
Todos los días solemos escuchar en radio, televisión, y demás redes, anuncios en los que se utiliza la palabra “increíble”, y así nos encontramos con un pastel de zanahoria con chocolate increíble, unas increíbles vacaciones por el Mar Caribe, un espectáculo de circo increíble, y un larguísimo etc., increíble también.
Por otra parte, sabemos que los diversos idiomas son realidades vivas que van cambiando de manera necesaria, pues la vida del ser humano no es estática; por otra parte, porque las ciencias, las técnicas y las artes, nos aportan cada día algo nuevo, y mucho de ello se queda entre nosotros por largas temporadas o para siempre, lo cual requiere de vocablos que antes no existían; los ejemplos serían interminables.
No es correcto tildar de increíble a un sabroso, suculento, apetitoso, rico, delicioso, exquisito pastel de zanahoria con chocolate, pues no se necesita fe o ausencia de fe para la tarta de zanahoria con chocolate, cuando bien sabemos que su sabor viene de sus ingredientes.
Como tampoco son increíbles las agradables, fabulosas, divertidas, reconfortantes, lujosas y emocionantes vacaciones en el Mar Caribe, cuando han sido programadas por expertos en la atención de los vacacionistas, sobre todo porque cobran unas enormes cantidades de dinero.
Así mismo, está fuera de sitio afirmar que es increíble el espectáculo circense maravilloso, asombroso, divertido, espectacular, sorprendente, admirable, portentoso y extraordinario, cada vez que los artistas y atletas que nos entretienen se han pasado muchas horas de entrenamiento diario durante bastantes años hasta dominar lo que hacen.
En justicia, la palabra “increíble” debe ser propiamente usada para las realidades que superan las capacidades de nuestra razón.
Increíble, es que sepamos que el Dios creador del universo —con todo lo que éste contiene— haya decidido tomar la naturaleza humana, claro está, sin dejar de ser Dios; es decir, que al mismo tiempo sea verdadero Dios y verdadero hombre; que haya decidido vivir durante los meses de un embarazo en las entrañas de una virgen, y que haya querido entregar su vida muriendo cruelmente en una cruz para salvarnos. Todo esto nos supera, dado que no hay formas lógicas para poder entenderlo.
Aquí bien, me podrían objetar, que, si no se puede creer en todo ello, ¿cómo es que tantos millones de personas en el mundo entero lo creemos desde hace más de veinte siglos? Pues por dos razones; la primera es porque Jesús de Nazaret nos lo enseñó, y Él no puede engañarnos, ya que es el mismo Dios todopoderoso, y la segunda, es porque el mismo Dios nos ha regalado la virtud de la fe sobrenatural para que podamos aceptarlo. Esa fe requiere del uso de nuestra libertad, así pues, si alguien no quiere creer, simplemente no lo cree.
¡Gracias Dios por amarnos tanto!
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 9 de enero de 2022 No. 1383