Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Se experimentan grandes desencantos ante una tradición familiar no valorada ni asimilada; ante los diversos escenarios políticos y sociales; ni la diversión desenfrenada logra apaciguar los grandes anhelos del corazón humano que muchas veces han sido sofocados por la hiperinformación que desinforma y desorienta.
La ciencia convertida en tecnología, bajo el signo del progreso, empieza a asustar. Bombardear el núcleo del átomo y desencadenar una destrucción en cadena, se percibe cercana y global. El arsenal atómico en manos de un paranoico que no pone limites a su ambición de poder, hace temblar a la humanidad entera. Esa ciencia y tecnología, se vuelve contra la humanidad de manera preocupante.
El documento del Papa Francisco, ‘Laudato Si’, nos advierte de la grandeza de la creación y de los graves peligros que acechan a la misma humanidad, al margen de la ética; se ha olvidado el cuidado amoroso de la creación dada por Dios Creador, para beneficio de todos los seres humanos de todos los tiempos.
Ahora se recogen los frutos amargos del racionalismo sembrado en muchas inteligencias que les secó el corazón y les cerró el paso al ‘Misterio’. Por eso se ha perdido la brújula en la vida. Hacia dónde vamos, qué sentido tiene la vida. Misterio que no se identifica con lo oculto, sino con esa realidad que nos trasciende y nos envuelve, que puede ser progresivamente descubierta: ir y retornar a nuestro origen, Dios mismo, Amor, razón y término de nuestra existencia.
Lo grave es que estamos ante el surgimiento de una humanidad ‘homogeniezada’; iguales sin mayores distinciones; mediocres cuya vida se pasa como simples espectadores, sin pena y sin gloria: ‘los toros se ven mejor desde la barrera’.
Estamos ante la pérdida de referentes; no se dan, ni se aceptan fácilmente los criterios válidos de discernimiento. Se vive sometido a las modas o a los gustos del momento; proliferan las personas tatuadas como signo de identidad y de gusto, tan superficiales como la misma exterioridad de la piel. Se imita a los artistas estrafalarios en sus gustos llamativos y el impacto de sus comportamientos desorientados y desorientadores.
La violencia verbal llevada a las acciones, acaba con la convivencia pacífica y amigable; se va contra la esencia del ser humano que es un ser relacional de empatía y apertura al tú para construir el nosotros.
Ante este ambiente enrarecido y oscurecido, surge de la profundad del alma insatisfecha, la necesidad de buscar el ‘Rostro del Señor’, como criterio necesario, insustituible y orientador.
- ‘Jesús subió al monte para hacer oración’ (Lc 9,28b-36). En su humanidad santísima se transparenta su condición de Verbo encarnado. Su ‘transfiguración es, paradójicamente, la verificación de la agonía en Getsemaní (cf Lc 22,39-46); ‘fue escuchado por su actitud reverente’ (Heb 5,7). La resurrección es la prueba de que su súplica fue escuchada’ (cf Benedicto XVI).
Subir al monte para hacer oración con Jesús nos permitirá ponernos en las manos del Padre, para cumplir con nuestras responsabilidades, a veces dolorosas, y así entrar en la vida eterna, el ‘Sabat’, el Descanso que es Dios mismo; este es otro nombre divino: ‘Sabat, Descanso’.
El centro de nuestra atención es Cristo Jesús, la Revelación misma de Dios y la verdadera y plena Autocomunicación divina. No es Moisés, el gran legislador de Israel; no es Elías, profeta ardiente y defensor del ‘yavismo’, del amor y obediencia a Dios-Yahveh; solo a la luz de Cristo Jesús el Hijo amado del Padre, se deben leer, gustar y contemplar las Escrituras Santas, la Santa Biblia, la Ley y los Profetas. El criterio absoluto: Cristo murto y Cristo Resucitado.
‘De la nube salió una voz que decía: ’Éste es mi Hijo, mi escogido, escúchelo’. La Nube, el kabot o la gloria de Dios hace presente o manifiesta al Espíritu Santo; la Voz la identificamos con el Padre; y su Hijo en su condición humana.
Bajar del Tabor, de la montaña de la oración para traer la fuerza del amor que posibilite la entrega total, sin desánimos, aunque pasemos por la Cruz, que es camino seguro a la Luz.
Es a Jesús a quien debemos escuchar; es a Jesús a quien debemos de imitar; es a Jesús a quien debemos seguir, hasta la inmolación del Calvario.
La Palabra de Jesús y su ley suprema del amor, deben de ser nuestro único criterio en la vida; escuchar su Palabra en el Evangelio ofrecido a través de sus cuatro modos, de cara a la conversión progresiva del corazón. En este tiempo de Cuaresma, podríamos adquirir la sana costumbre de practicar la ‘Lectio Divina’, acostumbrada por los monjes en el pasado y recomendada por el Concilio Vaticano II.
Orar la propia vida, desde la escucha de la Palabra de Dios: leer despacio el texto tres veces; preguntarme ‘qué dice’; después implicarme ‘qué me dice en lo más profundo de mi ser, mi corazón’; como respondo: con la oración de alabanza, adoración, petición, acción de gracias, suplica de perdón, según el tenor del texto y de su impacto en mí; finalmente, el compromiso concreto, como respuesta necesaria a esa Palabra que el Padre nos dirige en su Hijo, que nos lo entrega, bajo la acción del Espíritu Santo, ‘la Nube’.
Termino con un texto sintético y hermoso del Catecismo de la Iglesia Católica (nº555): “Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que para ‘entrar en su gloria’ (Lc 24,26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías (cfr. Lc 24,27). La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios (cfr. Is 42,1). La nube indica la presencia del Espíritu Santo: ‘Tota Trínitas apáruit: Pater in voce, Filius in hómine, Spíritus in nube clara (Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa) (Santo Tomás de Aquino S. Th 3.q. 45, a. 4, ad 2)”.
‘Desde la oscuridad de la vida, busco Señor Jesús, tu Rostro luminoso’.