Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.
“Nada se parece más al pensamiento mítico que la ideología política.” Claude Lévi – Strauss
Entre 1492 y 1519 los habitantes del macizo continental americano tuvieron ante sí la certeza de que las culturas que ocupaban las Antillas Mayores y Menores se habían transformado en algo muy distinto a lo que fueron al calor de la ocupación gradual que de ellas hicieron navegantes del origen más ignoto.
Dichas noticias, en ese larguísimo lapso, debieron filtrarlas los sabios texcocanos y la aristocracia mexica en el altiplano de lo que hoy es México y engarzar lo que allí pasaba con la figura legendaria de Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, una de las criaturas sobrenaturales del imaginario sagrado de las culturas de la dilatada comarca que los antropólogos estadounidenses denominaron Mesoamérica a mediados del siglo pasado.
Ahora bien, aquí planteamos, por las consecuencias grandísimas que para la humanidad tuvo, lo que pudo ser un eco lejanísimo de los asentamientos nórdicos de Groenlandia y Terranova de los que apenas comenzamos a tener datos en 1960, al calor del hallazgo, en L’Anse aux Meadows, Canadá, gracias a los cuales ahora sabemos que durante el siglo X de nuestra era los navegantes nórdicos fundaron colonias en el Atlántico Norte, en el extremo norte de lo que es hoy Canadá.
Los pueblos de Groenlandia –establecidos a impulsos de Erik el Rojo–, perduraron casi 500 años, en tanto que los fundados al otro lado del estrecho de Davis fueron efímeros y de muy corto influjo, aunque no tanto para la memoria colectiva de las culturas del continente y, por supuesto, de los pueblos nórdicos, que las consignaron en piezas literarias, de las que se conservan las sagas de Vinlandia, del siglo XIII, en las que América del Norte es descrita a través de cuatro regiones: Groenland (Tierra Verde), Helluland (Tierra de Arroyos), Markland (Tierra de Bosques) y Vinland (Tierra de Viñedos).
Pero ¿qué tienen en común los vikingos con Quetzalcóatl? Preguntémoslo a los toltecas, que lo personificaron en una combinación entre ave y ofidio, atribuyéndole el poder y la dualidad humanas, la de su condición física respecto a la espiritual.
El nombre le viene de quetzal, pájaro emplumado esmeralda en náhuatl, y coatl, serpiente, el primero es el espíritu, que se eleva, y segundo la fiereza del combate cuerpo a cuerpo, pero que ya antropomorfizado se recordaba como un varón de tez bermeja, melena y barba rubios y conocimientos amplios en agricultura, orfebrería, navegación y astronomía.
Según las cuentas de los toltecas, “Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl” se presentó ante los vecinos de Tollan, su capital, para instruirlos, granjeándose su confianza al grado de revestirlo ellos con la autoridad suprema y el apodo con el que la posteridad lo recordará, el de ‘Serpiente Emplumada’.
Empero, que, en la cumbre de su hegemonía, labraron su ruina Tezcatlipoca, Huitzilopochtil y Xipe Tótec, pues consiguieron que se embriagara con pulque y en tal estado cometiera incesto con su hermana, falta que él mismo no se pudo perdonar, por lo que decidió volver sobre sus pisadas embarcándose en el océano, aunque prometiendo volver.
Y así lo esperaron, como al Mesías los israelitas, los teotihuacanos, mexicas, toltecas, olmecas, huastecos (Ehecatl ), quichés (Gucumatz) y mayas (Kukulkán), y en todos se mantuvo como eje transversal atribuir a la Serpiente Emplumada el dominio sobre el conocimiento, las artes, los oficios y la agricultura.
Cuánto de los nórdicos que vivieron en América contribuyó a recrear este mito y cómo se actualizó en Mesoamérica durante el largo lapso al que aludimos ya, entre 1492 y 1519, no lo podemos precisar como quisiéramos, pero sí que Hernán Cortés aprovechó, en la última de estas fechas, la ocasión que eso le brindaba para despertar dos expectativas, las propias y las de los caciques de los pueblos tributarios al señorío mexica, esencialmente guerrero.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 27 de febrero de 2022 No. 1390