Dice la Palabra de Dios: “Dichoso aquel cuya conciencia no le reprocha” (Eclesiástico 14, 2; cfr. Romanos 14, 22)

Cada ser humano, sea o no creyente, tiene una ley inscrita por Dios en su corazón, la cual llama al individuo a evitar el mal y a hacer el bien. Se le denomina ley natural y habita en el lugar más íntimo del hombre, que es la conciencia.

Conciencia deformada

Sin embargo, hoy como nunca, gran parte de la humanidad es víctima de la deformación de su conciencia, de manera que llega a considerar que lo malo es bueno, o incluso que lo bueno es malo (cfr. Isaías 5, 20).

Una conciencia no se deforma de un día para otro. Por supuesto que un ambiente permisivo va favoreciendo que ésta se desfigure, pero aun así no sucede mientras el individuo no lo acepte. Generalmente se comienza con pequeños malos hábitos, faltas o imperfecciones que son cometidos voluntariamente: “No importa que llegue un poco tarde todos los días al trabajo, al cabo tenemos 15 minutos de tolerancia”; “Voy a copiar a mi compañero de al lado en el examen de matemáticas”; etc. Luego las faltas deliberadas se van haciendo mayores, con justificaciones para todo: “Como político sólo voy a robar tantito, al cabo todos lo hacen”; “Mi cónyuge me abandonó, así que yo tengo ‘derecho’ a buscarme a otra pareja para rehacer mi vida”, etc.

Y cuando se deja de hacer caso a la conciencia recta, llega un momento en que ésta ya no avisa de las faltas, pues va quedando insensible, o francamente deformada hasta que ya no reconocer la verdad.

En circunstancias así, también se va perdiendo la noción del pecado.

Y esto es mucho más marcado en quienes se van alejando de la práctica religiosa:

Una encuesta realizada en 2012 por la Pastoral Urbana de la Arquidiócesis de México y coordinada por el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM arrojaba que el 98% de los católicos practicantes sí creía en la realidad del pecado; entre los católicos no practicantes el 90% aún creía en la existencia del pecado; y entre los que dijeron no tener religión, apenas el 40% opinó que hay acciones que son pecado.

Pero incluso entre católicos practicantes la conciencia recta ya se estaba perdiendo. Por ejemplo, el 40% de ellos consideraba que las relaciones sexuales fuera del matrimonio no eran pecado, a pesar de que la Palabra de Dios enseñan que sí lo son (cfr. Mateo 5, 27-28; Marcos 10, 11; I Corintios 6, 9; etc.).

¿Es pecado?

Determinar si tal o cual cosa es un pecado no depende del parecer individual, ya que todo pecado es, antes que nada, una ofensa contra Dios.

Por tanto, es a Él a quien hay que preguntarle. Y la respuesta el Señor la da a través de su Palabra y del Magisterio bimilenario de su Iglesia.

Si Dios se siente ofendido es porque todo pecado es una falta contra la razón y la verdad y, por tanto, una falta contra el amor verdadero para con Dios, para con el prójimo y para con uno mismo.

Sin embargo, Él sabe que el hombre es débil, y que arrastra consigo la concupiscencia, es decir, la inclinación a pecar para satisfacer sus deseos. Y porque el Amor divino es inconmensurable, ha estableció el sacramento de la Confesión para perdonar los pecados a los bautizados que se han debilitado (por causa del pecado venial) o que han perdido la vida de la Gracia (por causa del pecado mortal).

La Cuaresma es el tiempo por excelencia para acercarse a este sacramento, si bien todo cristiano debería apresurarse en hacerlo cada vez que peca.

“Si decimos: ‘No tenemos pecado’, nos engañamos y la verdad no está en nosotros” (I Juan 1, 8). Decía san Agustín sobre su conversión: “Mi pecado más incurable era no creerme pecador”. La Confesión es entonces un acto de humildad.

TEMA DE LA SEMANA: «EL CREPÚSCULO DEL PECADO»

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 20 de marzo de 2022 No. 1393

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