PREGUNTAS DE NIÑOS

La parábola del hijo pródigo es la historia de amor de un papá para con sus hijos; ama al que se queda con él, pero también sigue amando al que se aleja.

Cuando el hijo menor le dijo a su papá: “Dame la parte de la herencia que me toca”, es como si le hubiera dicho: “Ya quiero que te mueras”, puesto que las herencias se reparten cuando fallece el dueño de las cosas.

A pesar de ello, el papá siguió esperando y anhelando el regreso de su hijo rebelde y malagradecido, y, cuando lo vio venir, en lugar de regañarlo (que seguro se lo merecía) o de ponerle condiciones para recibirlo, “se enterneció profundamente, corrió hacia él y, echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos”.

El padre de esta parábola representa a Dios mismo, a Dios Padre que, aunque somos malos e ingratos, nunca deja de amarnos y nunca deja de esperar que nos arrepintamos de nuestros pecados, retornemos a Él y le pidamos perdón.

Hay quienes se preguntan: “¿Por qué Dios no hace que todas las personas se vuelvan buenas y lo amen?”. Efectivamente Dios Padre tiene el poder de volvernos buenos y hacernos amarlo. Pero el verdadero amor no se puede dar por la fuerza, porque nos hizo libres.

A Dios hay que amarlo por libre decisión nuestra. El papá de la parábola no fue por su hijo para regresarlo a la fuerza, sino que esperó a que el hijo decidiera retornar. Así es Dios: Él siempre, siempre, siempre nos ama; y aguarda con toda paciencia nuestro regreso a Él. ¿Lo haremos esperar, o iremos ya con Papá Dios para que nos abrace y nos cubra de besos?

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 27 de marzo de 2022 No. 1394

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