PREGUNTAS DE NIÑOS
Enojarse con Dios es algo que a casi todas las personas nos llega a pasar alguna vez, ya sea por algo trágico en el mundo (un terremoto, un huracán, una guerra, etc.) o por un acontecimiento difícil en la vida familiar o personal (una enfermedad, perder el empleo, la muerte de un ser querido, etc.), y le reclamamos a Dios por no haber intervenido para evitarlo.
Enojarse con Dios es como creer que Él ha hecho algo malo, lo cual es imposible. Y este enojo también significa que nos falta confianza en Dios, que no entendemos su soberanía y que de algún modo nuestra fe es sacudida.
Es que se nos ha metido en la cabeza que la vida en la Tierra debe ser fácil. En cambio, Jesús nos advierte: “En el mundo tendréis tribulación” (Juan 16, 33). Pero Dios, lleno de amor y compasión hacia nosotros, nos tiene reservada una existencia sin penas, mas no aquí sino en la vida eterna, donde “ya no habrá muerte ni lamento, ni llanto ni pena” (Apocalipsis 21, 4).
Dios, en su santa Palabra, nos enseña que ni un pajarillo ni un cabello de nuestra cabeza cae a tierra sin el conocimiento de Él (Mateo 10, 29-31), y que permite que todas las cosas sucedan para nuestro bien (Romanos 8, 28). Cuando algo trágico nos pasa, Dios lo permite para fortalecer nuestra fe (Santiago 1, 2-3) y llenarnos de consuelo para que así nosotros seamos capaces de consolar a otros (II Corintios 1, 4-5).
Así que, en lugar de estar enojados, pidamos perdón y dejemos a Dios ser Dios, o sea, aceptemos que Él tiene el control de todo, aunque no lo entendamos.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 22 de mayo de 2022 No. 1402