Por P. Fernando Pascual
Queremos abrirnos a Dios, avanzar hacia las virtudes, crecer en el mandamiento del amor, vivir seriamente la santidad.
Al mismo tiempo, constatamos nuestras debilidades. Algunos vicios están muy arraigados. Otras veces una tentación nos arrastra hacia el pecado con una facilidad sorprendente.
Sentimos entonces que la santidad es difícil, que no podemos vivir el Evangelio, que la conversión no sería para nosotros.
Para vencer la tentación del desánimo, para no pactar con el conformismo malsano, puede ayudarnos un camino sencillo, que está en el Evangelio y en diversos autores.
Se trata de algo tan fácil como el esfuerzo en las cosas pequeñas, la lucha en lo más ordinario y asequible.
“El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho” (Lc 16,10).
Parece tan sencillo, y lo es, hasta el punto de que corremos el peligro de no valorar lo pequeño y así perder ocasiones muy concretas de avanzar hacia el amor.
Por eso, resulta importante establecer un continuo diálogo con Dios en los momentos más ordinarios para preguntarle: ¿cómo quieres que te ame en este momento concreto?
Esto vale para cuando estamos preparando la comida, o cuando limpiamos una habitación, o cuando enviamos un mensaje al familiar que vive lejos, o cuando entramos en el puesto de trabajo y saludamos a los compañeros.
En esos momentos concretos podemos decir “no” al egoísmo, a la pereza, a la envidia, a la avaricia; y “sí” a la generosidad, al esfuerzo, a la grandeza de alma.
La santidad desde lo pequeño está a la mano, porque Dios nos ayuda siempre. Además, si vivimos con el corazón orientado hacia Él, resultará más fácil de lo que imaginamos dar esos pasos mínimos en lo ordinario para avanzar, alegremente, por los caminos que nos llevan a crecer en el amor.
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