Cada 28 de junio, desde 1971, tiene lugar oficialmente el Día mundial del árbol, si bien un gran número de celebraciones al respecto ya existían en muchos países y desde mucho antes.

De hecho, la primera tuvo lugar el 22 de mayo de 1805, en la pequeña localidad de Villanueva de la Sierra, en Cáceres, España, y fue promovida nada menos que por el párroco del lugar, el padre Ramón Vacas Rojo.

La intención de estas conmemoraciones es, desde luego, destacar la enorme importancia que los árboles tienen para la vida del hombre y para la conservación del medio ambiente.

¿Son suficientes?

Un artículo publicado en 2015 en la revista Nature señalaba que, a nivel mundial, había en ese momento unos 422 árboles por cada ser humano.

Aunque parezca que entonces son más que suficientes, sucede que los árboles no se encuentran estratégicamente repartidos por el planeta, por lo que hay zonas donde sería imperativo sembrar muchos más a fin de contribuir a la purificación del aire, ayudar a regular el clima y prevenir la erosión.

Por ejemplo, en el municipio de Querétaro, México, su población humana es de un millón 50 mil personas, mientras que el número de árboles es de 240 mil; es decir, apenas hay un árbol por cada 4.3 personas.

En las Sagradas Escrituras se lee: “Dijo Dios: ‘Produzca la tierra vegetación: plantas que den semilla, y árboles que por toda la tierra den fruto con su semilla dentro, cada uno según su especie’. Y así fue” (Génesis 1, 11). Y el ser humano, como cuidador del jardín de Dios (cfr. Génesis 2, 15), puede continuar esta labor de plantar árboles, no pensando sólo en sí mismo sino, sobre todo, en las siguientes generaciones.

La belleza de plantar

Hay un hermoso relato del novelista francés Jean Giono (1895-1970) que se titula El hombre que plantaba árboles.

El propio escritor explicó que el objetivo de esta historia suya es “el de hacer amar a los árboles, o con mayor precisión, hacer amar plantar árboles”.

En tal historia se inspiró el poeta español Marcos Rafael Blanco Belmonte (1871-1936) para escribir su poema Sembrando, del cual presentamos un fragmento:

Una tarde de otoño subí a la sierra
y al sembrador, sembrando, miré risueño;
¡desde que existen hombres sobre la Tierra
nunca se ha trabajado con tanto empeño!

Quise saber, curioso, lo que el demente
sembraba en la montaña sola y bravía;
el infeliz oyóme benignamente
y me dijo con honda melancolía:

“Siembro robles y pinos y sicomoros;
quiero llenar de frondas esta ladera,
quiero que otros disfruten de los tesoros
que darán estas plantas cuando yo muera”.
…..
“Hay que imitar al viento, que siembra flores
lo mismo en la montaña que en la llanura,
y hay que vivir la vida sembrando amores,
con la vista y el alma siempre en la altura”.

Dijo el loco y, con noble melancolía,
por las breñas del monte siguió trepando,
y, al perderse en las sombras, aún repetía:

“¡Hay que vivir sembrando! ¡Siempre sembrando!…”.

TEMA DE LA SEMANA: «EL ÁRBOL: UNA HERENCIA ANCESTRAL QUE TOMAMOS PRESTADA DE NUESTROS HIJOS»

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 26 de junio de 2022 No. 1407

Por favor, síguenos y comparte: