Para que una sociedad persista es necesario que la mayoría de su población tenga varios hijos.

Los gobiernos de algunos países ya están tomando medidas para fomentar la natalidad, a fin de revertir su invierno demográfico.

En Polonia, por ejemplo, el Ministerio de Salud inició en 2017 una campaña mediante un curioso anuncio de medio minuto donde anima a los ciudadanos a tener hijos inspirándose en el ejemplo de los conejos, animalitos muy famosos por su capacidad de procreación. Igualmente, el gobierno polaco ha decretado un subsidio de 115 euros al mes por hijo para todos los hogares, y ayudas especiales para las familias numerosas.

En 2020 se establecieron en Rusia los “bonos bebé”, consistente en que las familias o padres solteros que tuvieron a su primer hijo durante aquel año recibieron poco más de siete mil 300 dólares; los que tuvieron a su segundo hijo, recibieron nueve mil 600 dólares.

Por su parte, Hungría ofrece 30 mil euros a las parejas que deciden casarse y tener tres hijos. Es como una especie de préstamo que se les entrega al contraer matrimonio; si procrean los tres hijos o más, la deuda queda cancelada; si se quedan en dos hijos, se les perdona un tercio de la deuda. Y dado que muchos no se casaban por falta de recursos, esta política ha sido un éxito incrementando en 20% el número de bodas, superando con mucho las cifras de los últimos 30 años.

El adoctrinamiento como causa

Pero el resto de los países sólo dice estar preocupado por el invierno demográfico, pero prácticamente no hace nada por frenarlo. Por el contrario, continúan de diversas maneras las campañas de adoctrinamiento entre los niños, adolescentes y jóvenes encaminadas a la despoblación mundial.

En general a juventud de hoy dice que no quiere tener hijos, y si bien hay abundantes factores que influyen en esta decisión, muchos se deben a las ideologías que les fueron impuestas a través de la escuela, el cine, la televisión, etc., desde su tierna infancia; y esto ha sido posible gracias a capitales multimillonarios invertidos deliberadamente en este adoctrinamiento que está por generar un desastre.

Entre las principales ideas que han permeado en las mentes juveniles, las cuales los han llevado a desear un futuro personal sin niños, figuran las siguientes:

  • Aplazamiento o hasta desprecio del matrimonio en el afán de disfrutar una vida sin compromisos ni responsabilidades.
  • Prolongación del tiempo de estudios haciendo postgrados para poder competir por mejores puestos de trabajo, retrasando así la formación de una familia.
  • Búsqueda de la estabilidad laboral, posponiendo de nuevo la familia y/o la paternidad.
  • Planes de alcanzar un nivel económico alto antes de tener hijos: primero tener una buena casa propia, autos, algunos lujos, etc.
  • Volatilidad de las relaciones de pareja; si éstas no son sólidas no se quiere tener hijos. La inmensa mayoría de los jóvenes hoy optan por la unión libre.
  • Egoísmo y pereza, que rechaza tener hijos por el costo económico que representan, y por el esfuerzo que significa atenderlos.
  • Confusión sobre el valor de la vida humana, creyendo que es semejante a la de cualquier animal irracional. Por eso cada vez hay más parejas que, en lugar de un hijo, optan por un “perrhijo” o alguna otra mascota a la que tratan como si fuera un niño.
  • Feminismo radical en expansión, que está inculcando la idea de que el matrimonio y la maternidad son herramientas para esclavizar a las mujeres, y menosprecia a los varones por el sólo hecho de ser varones. Entre los valores que son propios de la masculinidad, el sacrificio es quizá el más importante: a lo largo de la historia humana, el varón se sacrificó hasta la muerte a fin de ganar el sustento para su familia y defenderla de las invasiones y demás peligros que la amenazaban; pero al ser ahora ridiculizada esta disposición natural masculina, ¿quién puede sentirse llamado al sacrificio en el matrimonio y la paternidad?
  • Ideología climática que aboga por la práctica mundial de la anticoncepción y del aborto como herramientas de reducción de la población, a fin de frenar el calentamiento global.
  • Declive de la religiosidad, pues donde Dios y sus enseñanzas son dejados de lado, la apertura a la vida — “Creced y multiplicaos, y llenad la Tierra” (Génesis 1, 28)— también desaparece.
  • Falta de esperanza. Sólo se piensa en cosas malas: que si uno de cada seis niños en el mundo vive en pobreza, que, si 160 millones de niños tienen que trabajar, etc. Por tanto, que no hay que traer más niños al mundo porque van a sufrir.

El mundo no encuentra razones para la esperanza, pero los cristianos sí.

Sólo en el designio de Dios creador se pueden encontrar las razones auténticas para acoger con entusiasmo una nueva vida.

TEMA DE LA SEMANA: “HACIA UN PLANETA SIN NIÑOS”

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 12 de junio de 2022 No. 1405

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