Por Jaime Septién
La guerra desatada por Vladimir Putin nos ha arrojado una cantidad enorme de fotografías dantescas, horribles momentos de la humanidad herida hasta lo más profundo, el abismo de la violencia inútil. Miles de ucranianos muertos. Sin embargo, hay otras víctimas colaterales de esta estúpida agresión al sentido de la humanidad. Me refiero, concretamente, a las víctimas de la hambruna que se avecina, que ya está ahí, en África, en Medio Oriente, en India….
Según un reciente artículo de la publicación inglesa The Economist, Ucrania y Rusia juntas aportan el 12 por ciento de las calorías negociadas en los mercados internacionales. El panorama se complica, además, por la peor sequía de los últimos 40 años en el Cuerno de África y en India. Las lluvias se han retrasado en China, en Estados Unidos…. 1,900 millones de personas están en riesgo de desnutrición y 250 millones se encuentran ya en hambruna.
¿Qué hacer? Se trata de una derrota brutal del ideal de progreso humano. Si la Covid-19 nos había dado un palo, esta guerra nos ha tumbado la esperanza de que el hombre va a mejor. Vamos a peor. Y en cuestión de alimentos: ¿por qué no volteamos a las técnicas antiguas? Las culturas prehispánicas de México tienen mucho que aportar. Y, por otro lado, ¿por qué no empeñamos nuestro tiempo en recordar –con Benedicto XVI—que la fe en Cristo es la única esperanza para superar un presente tan fatigoso como el que vivimos hoy?
TEMA DE LA SEMANA: “LA ALIMENTACIÓN DE AYER PUEDE SER LA DE MAÑANA”
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 29 de mayo de 2022 No. 1403