Por Arturo Zárate Ruiz

Procurar destacar suele ser muy humano. Este mundo es competitivo y quien mejor se vende es el que consigue empleo, clientes y hasta novia. Pero la sed de reconocimiento llega a veces a adquirir tintes, por decirlo de alguna manera, curiosos.

He allí la humilde vanidad de no intentar destacar personalmente, sino a través de un grupo reconocido, el “correcto”, el de aquéllos cuyas ideas están en boga, “del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo”, según notó el cardenal Ratzinger antes de ser Papa. Sin pretensiones intelectualoides, bastaría simular pertenencia a los ricos, como doña Florinda quien, aunque muy pobre, desprecia a la “chusma” y arriesga empeñar hasta el alma para comprarle la pelota más grande y cara a su Kiko.

A veces el humilde vanidoso se conforma con sobresalir por juntarse con los raros, no con los aclamados en un momento, por lo que duerme con los changos en un árbol, come con hippies peyote, y nos soba en la cara su “marginación” pues no les permitimos entrar desnudos a nuestro negocio. Su problema es que la rareza también se pone de moda. Pierde entonces su notoriedad y su extravagancia, y a nadie le llamaría la atención.

A veces el destacar no se busca con la mera pertenencia a un colectivo, sino sobresaliendo personalmente en éste. Se desea descollar, a como dé lugar, en el juego de las canicas; que voten por uno como vocal, si no es que secretario o, mejor, presidente, de la Asociación Protectora de las Polillas de la Ropa; a ser el campeón en masticar chicle y lo inscriban a uno en el libro de marcas mundiales Guinness; o, si aun así nadie se fija en uno, se intenta la inmortalidad en la historia como Heróstrato, quien prendió fuego al Templo de Artemisa en Grecia. De hecho, se dan los criminales que delinquen aparatosamente para que los atrapen y pongan su foto en la primera plana de algún tabloide.

Pretenden conseguir así una fama momentánea que no pudieron conseguir antes de ningún otro modo.

En ocasiones se desea el sentirse importantes, el gozar de una vida interesante, aunque nadie se fije en uno. Se quiere entonces ser el héroe y no uno más del montón. Se quiere una vida “épica”, es más, ser el protagonista, como en las mejores películas, y no permanecer en el quehacer rutinario y oculto de cada día, como en ninguna película. G. K. Chesterton nos habla así del hambre de aventuras, del anhelo de un amplísimo teatro de acontecimientos, de sucesivas sorpresas, que nos conduzcan por insospechados y sublimes derroteros, donde al final alcancemos el triunfo. En cierta medida, esa hambre explica, además, la sed de “empoderamiento”, de traer el chirrión por el palito, en lugar de permanecer como una tuerca más en la línea de producción, o cambiando pañales, o lavando trastes.

Todo esto pudiera reflejar disgusto por nuestra condición de peones, de pobres individuos que se diluyen en un océano de personas destinadas al olvido de la historia, si no es que ya al anonimato en la misma comunidad a que se pertenece, pues incluso los famosos de hoy perderán su registro en los anales y se desintegrarán en polvo, sombra, nada, según dijo sor Juana.

Para Dios, sin embargo, cada uno de nosotros es importantísimo. Nos concibió desde la eternidad, nos formó en el vientre de nuestra madre, es la Divina Providencia en toda nuestra vida, a Él, en la Cruz, le debemos la salvación eterna. Podríamos empezar a reconocer nuestra importancia de pensarnos no como peones, sino como siervos quienes, movidos como Cristo por el amor, pasamos por el mundo haciendo el bien. Y nos lo explica san Pablo:

“El amor… no hace alarde, no se envanece… todo lo soporta… El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías, limitadas. Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto…” y entre lo perfecto, nos informa, lo más grande es el amor.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 29 de mayo de 2022 No. 1403

Por favor, síguenos y comparte: