Por Arturo Zárate Ruiz

El amor no es mero deseo sexual, no hablemos de fornicación, como seguido se le pinta en el cine y en mucha literatura. El poeta Dante Alighieri lo notó en el caso de Francesca y Paolo quienes, por los libros de caballería, confundieron el amor con la lujuria, cometieron adulterio y, por ello, acabaron en el infierno. Este es el relato de Francesca:

“Leíamos un día por pasatiempo las aventuras de Lancelote, y de qué modo cayó en las redes del Amor: estábamos solos y sin abrigar sospecha alguna. Aquella lectura hizo que nuestros ojos se buscaran muchas veces y que palideciera nuestro semblante; más un solo pasaje fue el que decidió de nosotros. Cuando leímos que la deseada sonrisa de la amada fue interrumpida por el beso del amante, éste, que jamás se ha de separar de mí, me besó tembloroso en la boca: el libro y quien lo escribió fue para nosotros otro Galeoto; aquel día ya no leímos más”.

Esto no significa que el amor de los esposos excluya los goces físicos, no hablemos de la tierna alegría de saberse amados. El problema es que no bastan. Por si solos suelen ser patéticos.

No entender el amor

Quien sólo desea sentirse amado temo que sufre o una profunda inseguridad en sí mismo o un narcisismo galopante, no hablemos de un acendrado egoísmo. De estar casado, se convierte en tortura para su consorte por sólo reclamar para sí todo el cariño (y mucho más), sin ofrecerle ni siquiera una sonrisa. De tanto no sonreír, se pudre finalmente en amargura.

Quien sólo aspira a los placeres físicos, aun cuando se case con la más bella, no tarda en llenarse de hastío si consigue sólo eso; llega entonces a envidiar la suerte del vecino quien, unido en matrimonio con la más fea, sí goza del amor verdadero.

Pero el contento no acompaña siempre a éste. Pregúntele a cualquier mamá o papá a la hora de cambiar pañales, o de corregir a sus hijos. Y se sufre cuando sufre el amado. Es más, en ocasiones no se siente nada, aunque se prodigue amor. A unos les ocurre cuando tienden la ropa o lavan los trastes de la familia.

Si amar a los demás no es siempre agradable, recibir amor tampoco consiste siempre en diversión. Sólo un buen amigo (o el dentista) nos dice que nos apesta la boca, aunque nos ofenda el oírlo. A nuestros hijos les disgusta que los corrijamos, pero nadie más lo hará. Dejar de mimarlos es muchas veces necesario para ayudarlos a crecer. Dios a veces permite el dolor para que crezcamos en la fe y nos unamos a su Cruz.

Procurar el bien

En gran medida amamos al procurar el bien del amado. En ocasiones lo logramos con algo al parecer tan simple como prestarle atención a él. Por amor uno trabaja y provee no sólo lo necesario sino además comodidades a la familia. Porque uno ama mantiene limpia y hermosa la casa, para el gusto de quienes allí moran. Por amor uno no sólo respeta las leyes de la ciudad, también contribuye a sus mejoras: en eso consiste el patriotismo, el cariño a la patria. Si amamos atendemos con delicadeza al enfermo y somos generosos con los pordioseros, nuestros hermanos en Cristo. Si nos toca a nosotros ser los pordioseros o los enfermos, amamos al permitir la generosidad de los demás hacia nosotros, pues les ayudamos a crecer como personas.

Pues amar no se reduce a la filantropía. El verdadero amor es personal, a hombres o mujeres concretos, no a entidades intangibles como “la humanidad”. Entonces, quien ama no sólo hace el bien, sino se entrega a un amado con rostro, es más, procura darle lo mejor de sí, y por ello se esfuerza en crecer en la virtud.

Que sólo podamos darnos personalmente a pocos amigos no quiere decir que nuestra virtud, que por amor hemos desarrollado, no beneficie a muchos más. Es con esa virtud que cada ciudadano mejora por fin la nación.

La donación total ocurre entre los esposos. Entregan al otro no sólo su alma, también su cuerpo. Son así no sólo una sola carne, también una misma historia. Se unen en un proyecto que se abre a la vida, y, Dios mediante, con las nuevas vidas se multiplica el amor.

Quienes permanecen célibes para la vida consagrada, anticipan el banquete nupcial con Dios. Y así unidos ya a Él nos ayudan a los demás a alcanzar ese Amor perfecto.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 12 de junio de 2022 No. 1405

Por favor, síguenos y comparte: