Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Toda la Sagrada Biblia, como autorrevelación de Dios, es el libro vocacional de toda la humanidad para conocer y realizar el designio de Dios Amor.

Nos revela el ser de Dios Amor, que invita desde siempre, desde los inicios hasta la consumación de la Historia, a todas las personas humanas en totalidad para vivir una comunión de amor, siendo imágenes y semejanza suyas. El rechazo a este llamado se inscribe en el egoísmo en todas sus manifestaciones.

Dios llamó a todas sus creaturas, del no ser al ser, como una invitación a la vida y al orden cósmico. De una manera especial al ser humano en su condición de persona con capacidad de amor y de comunión de existencias humana y divina(Gén 1-2). Dichosos serán los que guardan las palabras proféticas de este libro (Ap 22, 7), -del Apocalipsis, por supuesto, pero de todos los libros santos de la Biblia. No se pueden alterar (Ap 22, 18 ss), ni mal interpretar, porque tienen una dirección esencial; constituyen esa vocación de todos como llamada al Amor humano y divino.

La pena es que hay oídos sordos a esa llamada fundamental que viene de Dios; hay muchos intereses y distracciones de lo esencial. Se lucha por la defensa de la dignidad humana; está muy bien. Pero quizá falte el visualizar la vocación divina de todas personas, y por tanto que implica su misma dignidad, hasta la vocación como una llamada al amor divino y humano, en el tiempo coronada en la eternidad.

La vocación se realiza en la historia, pero se orienta a la comunión feliz con el Dios Familia, Dios Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en la gloria.

La vocación de Israel, de los patriarcas, de los profetas, de los jueces y de los reyes, en cuanto a su llamada comportan elementos paradigmáticos que nos pueden ilustrar.

‘Cuando Israel era niño, yo lo amaba, y de Egipto llamé a mi hijo. Yo lo he llamado…Yo enseñaba a Efraín a caminar’ (Os 11, 1ss). Moisés tiene una vocación específica para consolidar a Israel por medio de la Alianza del Sinaí. Es tan seria la vocación de Israel, que cada israelita será responsable de la presencia de Dios en su ámbito.

Los profetas son llamados a través de una manifestación divina o teofanía o de un impacto interior, para una misión, con una respuesta, así en Isaías (6, 1-3) así en Ezequiel (1,4). Algunos no quieren responder como Jonás (1,3).

En el Nuevo Testamento la vocación se ubica dentro de la salvación vinculada a Cristo, particularmente a través del bautismo, para ser criaturas nuevas (cf 2 Cor 5,17).

Toda vocación cristiana está ligada al misterio de Cristo, quien revela el plan divino de salvación.

Todos los seres humanos son llamados mediante la aceptación y adhesión de su fe en Cristo.

Cristo Jesús, particularmente llama a los que constituirá en Apóstoles. Los mira, los invita les dice esa palabra clave de la vocación o de la llamada ‘sígueme’ (Mc 1, 16-20;2,14; 10,28…). Ellos son completamente disponibles; dejan todo, posesiones, tierra, trabajo. Siguen a Cristo y comparten su vida y su existencia.

Dios nos llama y la única certeza es el amor y la fidelidad de Dios.

El seguimiento de Jesús implica la escucha, la imitación, hasta la muerte y muerte de cruz, así como Jesús toma ‘la decisión’ de subir a Jerusalén para cumplir con la misión que el Padre le encomendó ( cf Lc 9, 51-62) de manifestar su amor pleno, de encarnar en su Corazón  traspasado la misericordia divina.

La Santísima Virgen María, también tiene su vocación, como una llamada especial y singular para cumplir de modo inmediato el plan de salvación: ser la Madre de Jesús-Mesías, ser la Madre de la Iglesia. Es llamada a la maternidad  virginal y es figura a la vez de la Iglesia. Es diríamos, la Santísima Virgen la ‘llamada por excelencia’, Madre de los creyentes, ‘la dichosa por haber creído’ (1, 45; 11,28).

Los esposos cristianos tienen su vocación específica al amor conyugal y familiar, a quienes se les confía esa misión sacrosanta; ellos constituyen en su mutua donación el sacramento, por el compromiso inicial y la subsiguiente fidelidad. Son imagen del amor esponsalicio de Cristo y de la Iglesia.

Toda vocación sacerdotal, toda vocación a la vida consagrada, es una vocación al amor de total entrega, desde el celibato o la virginidad: amar como Cristo ha amado, celibataria y virginalmente.

Toda persona, en su condición de persona y en su condición de bautizado, tiene esa llamada al amor, al seguimiento e imitación de Cristo, según sus propias condiciones.

Finalmente, esta vocación en Cristo, es una vocación a la libertad (Gá 5, 1-13); él nos participa de su libertad para vivir plenamente el amor entre los humanos y compartir su libertad plena en el misterio del Dios Amor, del Dios trinitario.

 

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