Por Arturo Zárate Ruiz
No pocos líderes en el mundo presumen ser más papistas que el papa pues, dicen, sus proyectos políticos consisten en practicar las obras de misericordia: darle de comer al hambriento, de beber al sediento, etc. Si lo hacen, mi admiración y respeto; es más, Dios lo tomará muy en cuenta. Pero por dizque apoyar a las mujeres pobres, son ellos, entre otros males, grandes promotores del aborto. Un niñito, se justifican, agravaría la miseria de esa mujer y sus oportunidades laborales. “Que no nazca el bebé”, ordenan. Con esta satánica “misericordia” su combate a la pobreza no sería entonces más que eliminar al más pobre: el niño por nacer. Un verdadero papa, Francisco, los llamaría a ellos “sicarios”, por asesinos.
Digo esto porque a veces pensamos que nuestros desplantes de “amor” nos acreditan como católicos. “La señal de los cristianos”, cantamos, “es amarse como hermanos”. Y estaría esto muy bien siempre y cuando vivamos el amor de manera razonable y según la fe.
Entender el amor
Pues a veces nuestra noción de amor no rebasa un torcido sentimentalismo. Se apoya el aborto porque “¡pobre mujer!, ¡qué dirá la gente ahora que la vean embarazada!” Se apoya la eutanasia porque “¡pobre enfermito!, ¡mira cómo sufre por no poder ya masticar su sopita!” Se pide que no nazcan ya los niños con síndrome de Down porque “¡pobrecitos!, ¡qué vida les espera con esa discapacidad!” Es más, se aplaude a los adúlteros porque “¡mira cómo se aman, los consume la pasión!” ¿Los que aman sobremanera las cosas —¡qué digo!, lo ajeno— calificarían de “misericordiosos”? Mejor no hablemos de quienes sobrepujan en “amor propio” y por ello justifican sus venganzas y aplastan a cualquiera que se atraviese en su camino.
Frente a este peligro, hay que informarnos bien sobre lo que es el amor, y vivirlo correctamente. “La caridad en la verdad”, nos instruyó Benedicto XVI.
Mucho del verdadero amor se conoce ejerciendo bien la razón. Los Diez Mandamientos son tan razonables que pueden explicarse sin necesidad de mencionar a Dios. Lo mismo ocurre con las obras de misericordia. Si el Altísimo decretó estos mandamientos en el Sinaí y si Jesús predicó las obras de misericordia, ocurrió así porque somos cabeza dura, o, por tramposos, nos excusamos y decimos “no lo sabía”.
La plenitud de la fe
De hecho, la bondad no es exclusiva de los católicos. Muchos no cristianos cumplen con los mandamientos y con las obras de misericordia sin saber siquiera que los primeros los recibió Moisés y las segundas las predico nuestro Señor. Lo saben porque no son tontos ni del todo mañosos, y porque Dios nos lo revela a cada uno en nuestra conciencia, si está bien formada.
Por su bondad, estos no católicos en cierto modo pertenecen a la Iglesia. En Lumen Gentium, la Constitución Dogmática, leemos que “quienes, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna”. Y leemos: “Y la divina Providencia tampoco niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta, no sin la gracia de Dios. Cuánto hay de bueno y verdadero entre ellos, la Iglesia lo juzga como una preparación del Evangelio y otorgado por quien ilumina a todos los hombres para que al fin tengan la vida”.
Pero también leemos que “con mucha frecuencia los hombres, engañados por el Maligno, se envilecieron con sus fantasías y trocaron la verdad de Dios en mentira, sirviendo a la criatura más bien que al Creador, o, viviendo y muriendo sin Dios en este mundo, se exponen a la desesperación extrema, por lo cual la Iglesia, acordándose del mandato del Señor, que dijo «Predicad el Evangelio a toda criatura» procura con gran solicitud fomentar las misiones para promover la gloria de Dios y la salvación de todos éstos”.
Por ello, los campeones en misericordia son los que anuncian y ofrecen la plenitud de la fe: así promueven el verdadero amor y la salvación eterna de los hombres.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 26 de junio de 2022 No. 1407