A la redacción de El Observador llegó desde Brasil el testimonio de la postulante Teinara dos Santos Fernandes, una jove n que se resistía al llamado de Dios pero que, finalmente, dijo “sí” y cada día lo renueva. “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Confesiones 1,1,1)

Soy Tainara dos Santos Fernandes, tengo 21 años, soy natural de Guaraciaba do Norte, Ceará, Brasil; postulante en la Comunidad de Monjas Agustinas Recoletas, del Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe, que está ubicado en el Distrito Sussuanha, municipio de Guaraciaba do Norte, y tengo viviendo en la comunidad dos años y tres meses.

Quiero compartir el inicio de mi proceso vocacional. Contaré que fue muy intenso. Al principio no quería aceptar que Dios me estaba llamando a consagrarme a ser religiosa, porque yo tenía otros sueños, otras metas, como toda chica de 15 años que idealiza el futuro, pero Dios no se rindió y siguió llamándome. Solía venir a los Encuentros Vocaciones que se realizaban aquí, en la comunidad, pero inmediatamente, cuando me preguntaban, decía que no quería ser monja, pues solo venía a acompañar a una amiga, que actualmente también es postulante. Puedo decir que Jesús era muy delicado y amoroso y poco a poco me fue encantando y seduciendo, siempre respetando mi libertad y, aunque yo decía que no, algo dentro de mí decía que sí. Entonces, siempre que podía venía a pasar el fin de semana aquí, en la comunidad.

El momento más fuerte y más profundo de mi proceso vocacional comenzó en el Domingo de la Misericordia del año 2017, mientras miraba un programa de televisión que transmitía un programa sobre el tema de la “Misericordia”. Allí sentí, en lo más íntimo de mí, que Jesús me estaba llamando a estar más cerca de Él. Yo dije: “Señor mío, ya soy monaguilla, ya te sirvo”…, pero Él habló con más intensidad: “Te quiero más cerca”… Y entonces comencé a comprender dónde Él quería que yo estuviera y lo miré y le dije: “Pero, ¿por qué yo, mi Señor? Tantas personas mejores, ¿y Tú me llamas a mí?”… Y sentí más fuerte: “Yo te quiero a ti, del modo que tú eres”… No puedo mentir, todavía me resistí un tiempo hasta que no pude más, la llamada fue más fuerte, y así me arrojé a los brazos de Aquel que me llamó.

Fue un periodo en el que no sabía si lo que estaba haciendo estaba bien, tenía algunos miedos, pero agradezco a Dios por la comunidad religiosa que me recibió, porque me ayudaron a discernir lo que Dios me pedía, porque fueron pacientes y respetaron mi proceso.

Fue y sigue siendo la experiencia más hermosa de mi vida, renovar cada nuevo día mí “SÍ”, el sí que di desde el principio, en el que decidí seguirle. Cuando Dios llama, llama para siempre y quiere una respuesta, y esta respuesta trae muchas cosas, y muchas cosas se lleva consigo pero, a pesar de todo, lo más hermoso es saber que Cristo, que es todo, permanece conmigo, guiándome y siendo fuerza y motivación para ir siempre adelante. Dios no llama personas perfectas, sino personas abiertas a ser modeladas y reconstruidas, como nos enseña nuestro Padre San Agustín. Debemos entrar en nosotros mismos, permanecer y trascender, contando siempre con la gracia de Aquel que nos llama.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 24 de julio de 2022 No. 1411

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