¡Qué difícil es hablar de la humildad en el contexto de la lógica de la soberbia, de la vanidad, de la prepotencia, del amor desordenado a sí mismo…simplemente sofocante!

Como señala von Balthasar, ‘…no se debe aspirar a ella (a la humildad) porque entonces se querría ser algo; no se la puede ejercitar, porque entonces se querría llegar a algo’.

Tenemos que acudir a quien es ‘el Camino, la Verdad y la Vida’; a quien es la clave para conocer el misterio de Dios y el misterio de la persona humana, quien nos puede enseñar lo que es la humildad y su grandeza en vinculación con el amor plenamente generoso. Así lo podemos encontrar en este texto de san Pablo a los Filipenses: ‘Tengan, pues, la misma actitud de Cristo Jesús, quien siendo de condición divina, no consideró codiciable permanecer igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, asumió la condición de esclavo y se hizo semejante a los seres humanos. Y en su condición de ser humano se humilló a sí mismo hasta la muerte por obediencia, ¡y una muerte en cruz! Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre…’ (2, 5-9, Biblia de la Iglesia en América).  Jesús mismo nos invita ‘a aprender de Él que es manso y humilde de corazón’ (Mt 11,29). Éste es el sentido de su Encarnación: su humildad-humillación por amor al Padre y por las personas humanas amadas para ser redimidas y alcanzar el participar del ser divino, como hijos en Él, quien es el Hijo eternamente engendrado por el Padre.

Podemos dar un paso para introducirnos en el misterio revelado por Cristo, el misterio de Dios uno y trino: el Padre eternamente engendra a su Hijo-Verbo; en la autodonación de sí mismo, en su entrega como Padre, se descubre su humildad que se identifica con su amor, su amor que se identifica con su humidad; lo mismo en el Hijo que procede del Padre, su amor de entrega total al Padre, amor de Hijo es el amor eternamente humilde de amor obediencial al Padre. Del encuentro de estas dos divinas personas, procede eternamente su Amor mutuo, la persona Amor; humilde porque procede de ambas, del Padre y del Hijo o en la línea oriental ‘del Padre por el Hijo’ y se vuelca hacia ellos para ser en sí mismo el Beso, el Abrazo entre ellos, el mutuo Amor. De aquí descubrimos la humildad de la procedencia del Espíritu Santo en sí misma en ese dinamismo de amor eterno, de su misma ‘donación de sí’.

El acto de humillarse, de suyo, en el griego del Nuevo Testamento, – ‘tapeino’, significa ‘abajarse’; hacerse pequeño, -bebé, para recibir todo; recibir el amor para dar amor. He aquí el vínculo de la humildad y del amor. Así nos es cercano el amor humilde de donación o la autodonación humilde, en el ‘himno al amor’ de san Pablo: ‘El amor es paciente y servicial. El amor no es envidioso, ni orgulloso, ni arrogante. No falta al respeto ni busca su interés. No se irrita ni vive de rencores. No se alegra de injusticia, y sí de la verdad. Siempre disculpa y confía, siempre espera y soporta (13, 4-7). Entonces el amor es humilde y la humildad es amor. Si Dios es la suma Humildad porque es el Amor en sí mismo, por eso en el Hijo, Jesús Cristo, aparece esa vertiente: amor-humildad, humildad-amor.

Santa Teresa de Ávila, -la Andariega y Doctora de la Iglesia, nos ilustra sobre este tema: ‘Una vez estaba considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme delante  -a mi parecer sin considerarlo, sino de presto-  esto: que es porque Dios es suma Verdad, y  la humildad es andar en verdad, que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros sino la miseria y ser nada, y quien esto no entiende, anda en mentira’ (Las Moradas VI, cap 10, nº 7).

Así entendemos también, por qué Dios ha querido que, en la Sagrada Escritura, él es el Autor principal y ha querido en su ‘condescendencia divina’- humildad amorosa y benevolente, que el hombre también sea coautor con Él.

Así entendemos mejor la lógica de los sacramentos, sobre todo de la Santa Eucaristía: el abajamiento de Jesús, su humildad-amor, su amor-humildad, llegar a ser un trozo de pan y convertido en sí mismo, por la potestad sacramental que en virtud del Espíritu Santo concedió al ministerio sacerdotal de la Iglesia, ‘Esto es mi cuerpo’…’hagan esto en memoria mía’.

Nos corresponde pues, la humildad del corazón, traducida en actos de amor generoso en el servicio.

El evangelio de san Lucas (14, 1.7-14) nos ilustra para no buscar los primeros lugares, ‘porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado y el que se humilla será engrandecido’; seguidamente, la donación de sí en el servicio a los demás sin esperar recompensa, particularmente a los pobres, a los necesitados, a los excluidos, a los marginados, a los desamparados, y un gran etcétera… en una palabra vivir para los demás.

En ‘la lógica de Dios que es la lógica de Jesús o Jesús -Lógica de Dios’, ‘el que pierde, gana’, como lo afirma Péguy.

Este es nuestro horizonte plenamente humano y plenamente divino.

Por eso nada de vanidades: son paja que se lleva el viento; nada de soberbias: el soberbio ya está inflado de sí mismo, no hay cabida para Dios, suma Humildad y Amor sumo en sí mismo; nada de envidias que corroen el alma, sino la caridad.

Ahí está la Virgen Santísima que se reconocer la humilde Sierva del Señor y es constituida Madre de Dios y la Madre de los ‘anawim’, la Madre de los pobres de Yahvéh.

Por la humildad-amor, siervos de Dios y servidores de los hermanos, los humanos.

Para reconocer nuestra vocación como llamada del Dios Amor, en seguimiento del Siervo Jesús, sea para el sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio, es necesaria esa postura humilde y amorosa de escuchar y contemplar al Señor para vivir su misterio de amor generoso en humildad, humildad en amor generoso.

Para conservar el matrimonio o la vida feliz en familia o en la comunidad es necesario reconocer y vivir la grandeza de la humildad en el amor generoso. ‘El Amor no pasará jamás’.

Imagen de s05prodpresidente en Pixabay

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