Por Raúl Espinoza Aguilera

Recuerdo una fresca mañana del 30 de enero de 1979, el Papa Juan Pablo II -en su primer viaje a nuestro país- visitó el “Colegio Miguel Ángel” en la Colonia Florida de Ciudad de México.

Me acuerdo que el cielo lucía intensamente azul. En aquella mañana invernal, se reunieron miles de chiquillos con sus papás y profesores para esperar el arribo del Santo Padre al Centro Educativo. Había un ambiente festivo. Yo me encontraba en medio de la multitud.

Los niños portaban mantas con diversas leyendas, como: “Bendito el que viene en nombre del Señor”, “Tú eres Pedro”…

Cuando llegó el papa saludó -con calma y sonriente- a numerosos pequeños. Después subió a un balcón donde se le entregó una carpeta roja que contenía la letra de la canción “Amigo” tanto en italiano como en español. A continuación, la rondalla del colegio entonó esa melodía compuesta por el cantante brasileño Roberto Carlos.

Observé que el Santo Padre hacía comentarios a los que se encontraban junto a él y en su semblante reflejaba una enorme alegría.

Al concluir la canción el papa dijo que le había conmovido su letra y leyó algunos versos: “Tú eres mi hermano del alma, realmente el amigo/ que en todo camino y jornada estás siempre conmigo. / (…) Recuerdo que juntos pasamos muy duros momentos, / y tú no cambiaste por fuertes que fueran los vientos. / Es tu corazón una casa de puertas abiertas, / tú eres realmente el más cierto en horas inciertas…”. Luego nos habló del valor de la amistad y de lo importante que era ser realmente amigo, a pesar de las adversidades y de los momentos difíciles que presenta la vida. Me parece que a todos los ahí presentes nos emocionó ese inesperado discurso.

¿Cuál era el contexto de sus palabras? Karol Wojtyla (su nombre de pila antes de ser papa) había sufrido mucho. Siendo apenas un niño de 9 años, falleció su madre. Emilia. Su hermano mayor Edmund, que era médico, murió cuando Karol tenía 12 años. Su padre falleció en 1941. Fue muy duro para él quedarse solo y sin familia.

Por otra parte, fue testigo de la invasión de las implacables tropas nazis enviadas por Adolfo Hitler. Le dolió mucho la detención y fusilamiento de algunos amigos suyos por el solo hecho de ser judíos. Y, en general, por la absurda y criminal consigna de Hitler al enviar a todos los judíos a los a los campos de exterminio.

El joven Karol (1920-2005) cursaba entonces sus estudios universitarios. Pero, luego, tuvo que vivir clandestinamente en diversas iglesias, seminarios y abadías para iniciar sus estudios de Filosofía porque sintió el llamado al sacerdocio. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, en mayo de 1945, los rusos impusieron con determinación un gobierno comunista y totalitario en el que se perseguía a los que reclamaban libertad y respeto a los derechos humanos, y por supuesto, a la Iglesia Católica.

En ese opresivo ambiente fue ordenado sacerdote en 1946 y continuó sus estudios en Roma para obtener su Doctorado en Teología. A su regreso a Polonia, pasado algún tiempo, el Papa Paulo VI lo nombró Obispo de Cracovia (1958) y, en 1967, recibió la proclamación cardenalicia.

Sin embargo, conservaba su sencillez y naturalidad. Tenía una asombrosa capacidad para relacionarse y hacer vínculos de amistad. Conservaba a sus amigos de la infancia, de la adolescencia y de la universidad. A los jóvenes solía organizarles excursiones para subir montes y paseos en kayak remando por ríos y lagos, o reuniones para darles formación sobre valores humanos y temas de actualidad. En esos períodos para descansar un poco y recuperar fuerzas, solía conversar con esos jóvenes en lo particular, para ayudarles en su vida espiritual.

Como escribió el célebre escritor inglés, C. S. Lewis: “A los amigos se les estima, siempre uno al lado del otro y mirando hacia adelante”. Considero que los vínculos de amistad con los amigos se deben cultivar a lo largo de toda la vida. Santiago Ramón y Cajal, prestigioso médico, investigador y Premio Nobel de Medicina en 1906, destaca que: “La jovialidad de los amigos constituye el mejor antídoto contra los desengaños del mundo y las fatigas del trabajo. Invirtiendo el viejo refrán, deberíamos decir: “Quien bien te quiere, te hará reír”.

¿Cuántos amigos es conveniente tener? Pienso que, entre más, mejor. Hay que tratar de ser amigo de todos, como nos dio ejemplo Karol Wojtyla. Porque la amistad no tiene edad, perdura para siempre en el alma y en el corazón. Tampoco se extingue con la distancia, sobre todo ahora con los adelantos tecnológicos. En la amistad se comparten los mismos intereses y aficiones.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 31 de julio de 2022 No. 1412

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