Por Mónica Muñoz
Cada día que pasa nos acercamos al final de nuestra vida, y no se trata de una exageración o pensamiento pesimista, simplemente es una realidad para todo ser vivo. Por eso es necesario hacer un alto de vez en cuando para reflexionar sobre lo que hemos hecho y cómo nos encontrará el momento de dejar este mundo. Por eso, es bueno preguntarnos: ¿Amamos a los demás, tenemos rencillas con otros, hemos sido buenos administradores de los dones que Dios nos ha dado, nos preocupamos demasiado por los bienes pasajeros, olvidamos agradecer por lo que tenemos, ponemos más atención en las cosas que en las personas?
Corregir el rumbo
Definitivamente, podemos hacer un serio examen de conciencia para discernir si estamos en el camino correcto o si debemos corregir el rumbo, porque, aunque cada cabeza es un mundo y no todos tenemos las mismas prioridades ni los mismos valores, podemos tener en común que hay algo que apreciamos más que cualquier cosa, por ello deberíamos poner énfasis en entender si realmente vale la pena o sencillamente estamos perdiendo el tiempo.
Les cuento una historia: había una vez un hombre que trabajaba de sol a sol para que en su casa no faltara nada, pues había sufrido muchas carencias en su infancia y no quería que ocurriera lo mismo con su familia, por eso, descansaba únicamente quince minutos para comer algo y continuar con la actividad. En su casa, crecían tres hijos, dos varones y una niña, que se alegraban mucho al verlo, pero tenían miedo de él porque el domingo, día en que no laboraba, se levantaba tarde y pedía que no lo molestara nadie, así es que la esposa le llevaba los alimentos a su cuarto y no permitía que los pequeños hicieran ruido o se acercaran demasiado para no incomodarlo.
Ciertamente no pasaban ninguna necesidad en su casa, pero la relación entre él y sus seres queridos se vio afectada por la distancia que él mismo había interpuesto. Pasó el tiempo, los hijos crecieron y tomaron su rumbo, la mujer envejeció y murió de una enfermedad silenciosa, así es que el hombre quedó solo, había ganado mucho dinero, pero ahora le servía para curarse porque su cuerpo estaba muy desgastado por el exceso de trabajo. Los hijos de vez en cuando iban a verlo, pero no demostraban demasiado interés en permanecer a su lado más que el tiempo indispensable para que sus conciencias no les reclamasen por tener abandonado a su progenitor. Muy tarde, aquel pobre anciano reconoció que su corazón estuvo puesto en generar bienes materiales, sacrificando el amor de su familia.
Creo, sin temor a equivocarme, que historias parecidas abundan en este mundo. Nos empeñamos en trabajar para tener cosas y olvidamos que lo principal es obsequiar nuestro tiempo y presencia a la gente que amamos. Pensamos que nada nos pasará, sin embargo, en un instante podemos perder la vida. En el momento en que escribo estas líneas, a dos casas de la mía están velando a una joven de 20 años que falleció trágicamente, tenía una vida por delante, pero un evento desafortunado terminó con su existencia. Su madre aún no cree lo que ha pasado y recibe a quienes se acercan a darle el pésame platicando las anécdotas del último día que vivió su hija.
Vivir sin ataduras
No esperemos a que la desgracia toque a nuestra puerta, abramos los ojos y veamos con el corazón que las personas están hoy, pero quizá mañana ya no volverán, no desperdiciemos el tiempo en acumular objetos, rencores o recuerdos amargos, nada de eso nos hace bien y solo lograrán hacernos vivir con desasosiego. Vivamos sin ataduras, no vale la pena, lo que realmente importa debe estar por encima de todos los sentimientos adversos, porque cuando se pierde a un ser amado, ya nada de lo que hagamos podrá devolverlo a nosotros.
Y pongamos en orden nuestra vida, de tal manera que, cuando ese tiempo llegue, no dejemos problemas, los hay de tantas clases como gente hay en el mundo, por eso, tratemos de arreglar lo que sabemos que puede causar sufrimiento a nuestros familiares, pongamos nuestro corazón en el verdadero tesoro del amor y la comprensión hacia nuestros seres amados y hacia cualquier prójimo que tengamos cerca. Demos sentido a nuestra vida y elijamos bien el tesoro que nos llevará a la salvación.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de agosto de 2022 No. 1416