Por P. Fernando Pascual

Un general ha reunido tropas, ha organizado la logística, ha estudiado el terreno. Está listo para la batalla. Una tormenta imprevista moja la pólvora, desorganiza a la tropa, anima a los enemigos. Llega una derrota imprevista.

Un rey ha realizado una serie de enlaces matrimoniales para garantizar la sucesión y para expandir el poderío de su reino. Las muertes repentinas del hijo heredero, del nieto, del siguiente candidato al trono, desbaratan todos los planes.

Un político establece un ambicioso plan para mejorar las finanzas del Estado. Calcula entradas y salidas, estudia las maneras más eficientes para usar el capital, reducir los préstamos y ahorrar en intereses. Una crisis económica internacional da al traste con buena parte de un plan prometedor.

La historia está llena de giros sorprendentes. Lo que parecía seguro queda desmantelado. Lo que nadie esperaba, acontece misteriosamente. Todos los proyectos parecen están a merced de cambios incontrolables.

Luego, los historiadores buscarán explicaciones que hagan más razonable lo ocurrido, como si así pudieran eliminar (al menos en parte) esa condición misteriosa de la existencia humana, en la que no tenemos nada garantizado.

Desde luego, que haya factores imprevisibles no significa que las autoridades renuncien a hacer planes y dejen de esforzarse por tomar decisiones que, según esperan, puedan llevar al bien del Estado y, sobre todo, de la gente.

Pero ni siquiera los mejores planes pueden destruir las incógnitas ni los imprevistos que ocurren, a veces después de periodos largos de tiempo “estable”, otras veces como si fueran una cascada de eventos que destrozan las mejores previsiones.

Los giros sorprendentes de la historia “grande”, la de los Estados, los pueblos, la humanidad entera, también se producen en las historias “pequeñas” de cada biografía, con sus esperanzas y sus miedos, con sus planes y sus imprevistos, con sus momentos serenos y sus cambios en avalancha.

Así es la vida terrena: un sucederse de eventos, muchos que parecen incontrolables. Esos eventos solo podrán adquirir su significado pleno cuando, tras la frontera de la muerte, quede fijado para siempre un pasado complejo, y se abra ese horizonte del encuentro de cada uno con el Dios que lleva en su corazón el sentido completo y pleno de la historia humana…

Imagen de Andrea Spallanzani en Pixabay

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