Las religiones, promotoras de la paz

Por Ana Paula Morales

El pasado miércoles 31 de agosto, se celebró la Jornada Interreligiosa por la Paz en México. La jornada estuvo dividida en dos. Primero, un acto académico en la Sede de la Conferencia del Episcopado Mexicano. La segunda parte fue una plegaria común, donde cada líder religioso oró por la paz de México desde la Antigua Basílica de Guadalupe.

A la entrada del templo recibió a los invitados Monseñor Salvador Martínez, rector de la Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe.

Para comenzar la plegaria interreligiosa, Monseñor Margarito Salazar Cárdenas, obispo de Matehuala y primer vocal de la Comisión Episcopal para el Diálogo Interreligioso y Comunión (CEDIC), ofreció unas palabras del Papa Francisco para la 55 jornada mundial por la Paz.

«¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del mensajero que proclama la paz!» (Is 52,7).

Las palabras del profeta Isaías expresan el consuelo, el suspiro de alivio de un pueblo exiliado, agotado por la violencia y los abusos, expuesto a la indignidad y la muerte.

Para este pueblo, la llegada del mensajero de la paz significaba la esperanza de un renacimiento de los escombros de la historia, el comienzo de un futuro prometedor.

Existe, en efecto, una «arquitectura» de la paz, en la que intervienen las distintas instituciones de la sociedad, y existe un «artesanado» de la paz que nos involucra a cada uno de nosotros personalmente. En primer lugar, el diálogo entre las generaciones, como base para la realización de proyectos compartidos. En segundo lugar, la educación, como factor de libertad, responsabilidad y desarrollo.

Estos tres elementos son esenciales para «la gestación de un pacto social» , sin el cual todo proyecto de paz es insustancial.

Diálogo entre generaciones para construir la paz

«El diálogo entre las generaciones» . Todo diálogo sincero, aunque no esté exento de una dialéctica justa y positiva, requiere siempre una confianza básica entre los interlocutores. La actual crisis sanitaria ha aumentado en todos la sensación de soledad y el repliegue sobre uno mismo. La soledad de los mayores va acompañada en los jóvenes de un sentimiento de impotencia y de la falta de una idea común de futuro.

Esta crisis es ciertamente dolorosa. Pero también puede hacer emerger lo mejor de las personas. De hecho, durante la pandemia hemos visto generosos ejemplos de compasión, colaboración y solidaridad en todo el mundo. Fomentar todo esto entre las generaciones significa labrar la dura y estéril tierra del conflicto y la exclusión para cultivar allí las semillas de una paz duradera y compartida.

Aunque el desarrollo tecnológico y económico haya dividido a menudo a las generaciones, las crisis contemporáneas revelan la urgencia de que se alíen. La crisis global que vivimos nos muestra que el encuentro y el diálogo entre generaciones es la fuerza propulsora de una política sana, que no se contenta con administrar la situación existente «con parches o soluciones rápidas» , sino que se ofrece como forma eminente de amor al otro , en la búsqueda de proyectos compartidos y sostenibles. Sólo hay que pensar en la cuestión del cuidado de nuestra casa común. Por ello, tenemos que apreciar y alentar a los numerosos jóvenes que se esfuerzan por un mundo más justo y atento a la salvaguarda de la creación, confiada a nuestro cuidado.

Lo hacen con preocupación y entusiasmo y, sobre todo, con sentido de responsabilidad ante el urgente cambio de rumbo que nos imponen las dificultades derivadas de la crisis ética y socio-ambiental actual . Por otra parte, la oportunidad de construir juntos caminos hacia la paz no puede prescindir de la educación y el trabajo, lugares y contextos privilegiados para el diálogo intergeneracional. Es la educación la que proporciona la gramática para el diálogo entre las generaciones, y es en la experiencia del trabajo donde hombres y mujeres de diferentes generaciones se encuentran ayudándose mutuamente, intercambiando conocimientos, experiencias y habilidades para el bien común.

La instrucción y la educación como motores de la paz

El presupuesto para la instrucción y la educación, consideradas como un gasto más que como una inversión, ha disminuido significativamente a nivel mundial en los últimos años. En otras palabras, la instrucción y la educación son las bases de una sociedad cohesionada, civil, capaz de generar esperanza, riqueza y progreso. Por tanto, es oportuno y urgente que cuantos tienen responsabilidades de gobierno elaboren políticas económicas que prevean un cambio en la relación entre las inversiones públicas destinadas a la educación y los fondos reservados a los armamentos. Me gustaría que la inversión en la educación estuviera acompañada por un compromiso más consistente orientado a promover la cultura del cuidado .

Por consiguiente, es necesario forjar un nuevo paradigma cultural a través de «un pacto educativo global para y con las generaciones más jóvenes, que involucre en la formación de personas maduras a las familias, comunidades, escuelas y universidades, instituciones, religiones, gobernantes, a toda la humanidad» . Un pacto que promueva la educación a la ecología integral según un modelo cultural de paz, de desarrollo y de sostenibilidad, centrado en la fraternidad y en la alianza entre el ser humano y su entorno . Invertir en la instrucción y en la educación de las jóvenes generaciones es el camino principal que las conduce, por medio de una preparación específica, a ocupar de manera provechosa un lugar adecuado en el mundo del trabajo .

Promover y asegurar el trabajo construye la paz

En esta perspectiva marcadamente social, el trabajo es el lugar donde aprendemos a ofrecer nuestra contribución por un mundo más habitable y hermoso. La situación del mundo del trabajo, que ya estaba afrontando múltiples desafíos, se ha visto agravada por la pandemia de Covid-19. Asimismo, los jóvenes que se asoman al mercado profesional y los adultos que han caído en la desocupación afrontan actualmente perspectivas dramáticas. El impacto de la crisis sobre la economía informal, que a menudo afecta a los trabajadores migrantes, ha sido particularmente devastador.

Tanto ellos como sus familias viven en condiciones muy precarias, expuestos a diversas formas de esclavitud y privados de un sistema de asistencia social que los proteja. A eso se agrega que actualmente sólo un tercio de la población mundial en edad laboral goza de un sistema de seguridad social, o puede beneficiarse de él sólo de manera restringida. La violencia y la criminalidad organizada aumentan en muchos países, sofocando la libertad y la dignidad de las personas, envenenando la economía e impidiendo que se fomente el bien común. Tenemos que unir las ideas y los esfuerzos para crear las condiciones e inventar soluciones, para que todo ser humano en edad de trabajar tenga la oportunidad de contribuir con su propio trabajo a la vida de la familia y de la sociedad.

Es más urgente que nunca que se promuevan en todo el mundo condiciones laborales decentes y dignas, orientadas al bien común y al cuidado de la creación. Es necesario asegurar y sostener la libertad de las iniciativas empresariales y, al mismo tiempo, impulsar una responsabilidad social renovada, para que el beneficio no sea el único principio rector. En esta perspectiva hay que estimular, acoger y sostener las iniciativas que instan a las empresas al respeto de los derechos humanos fundamentales de las trabajadoras y los trabajadores, sensibilizando en ese sentido no sólo a las instituciones, sino también a los consumidores, a la sociedad civil y a las realidades empresariales. Estas últimas, cuanto más conscientes son de su función social, más se convierten en lugares en los que se ejercita la dignidad humana, participando así a su vez en la construcción de la paz.

En este aspecto la política está llamada a desempeñar un rol activo, promoviendo un justo equilibrio entre la libertad económica y la justicia social. Y todos aquellos que actúan en este campo, comenzando por los trabajadores y los empresarios católicos, pueden encontrar orientaciones seguras en la doctrina social de la Iglesia.

Una luz por la paz

Al finalizar estas palabras, Monseñor Salvador González, obispo auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México, encendió de un gran cirio que se encontraba al centro del área del altar, una pequeña vela que tenía en sus manos. Así sucesivamente lo fueron haciendo cada uno de los participantes.

Después, cada uno de los participantes fueron realizando una oración a Dios, según su tradición, para pedir a Dios por la paz de México.

Los participantes

  • Monseñor Rodrigo Aguilar Martínez, presidente de la Comisión Episcopal para el Diálogo Interreligioso y Comunión (CEDIC)
  • Monseñor Margarito Salazar Cárdenas, obispo de la diócesis de Matehuala
  • Geoges Saad Abiyounes, eparquía maronita
  • Arzobispo Alejo de la Iglesia Ortodoxa en América
  • Imán Abdel Rahman responsable de El Concilio Islámico Mexicano
  • Nipur Bhasin, budismo zen, monje regente en México
  • Moisés Pérez Espino, Iglesia Luterana Mexicana
  • Padre Filoreto Castro, sacerdote, Iglesia ortodoxa griega
  • Reverendo Miguel Ortiz, evangélico, director del seminario
  • Reverendo Padre Efrén Velázquez, Iglesia anglicana, director de ecumenismo
  • Óscar Covarrubias Ortiz, comunidad Bahiji
  • Monseñor Hilario González García, obispo de Saltillo y miembro de la Comisión Episcopal para el Diálogo Interreligioso y Comunión (CEDIC)
  • Dharmachari Manjubodhi, centro budista de la Ciudad de México
  • Beantpal Singh Khalsa, Sikh Dharma México

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