Soy Pablo, un joven empresario. Cerré un ciclo doloroso en mi vida y me aferré a la esperanza para ser feliz. Tanto dolor me enseñó a poner a Dios primero llevando una vida Cristo céntrica. Mi vida empezó a mejorar. Dios me sanó esas heridas que me habían dejado en soledad y confusión.
Conocí a una chica y me ilusioné. Decidimos llevar nuestro noviazgo con amor y respeto. Compartimos alegrías y penas. Sin embargo, empezaron a surgir acciones destructivas que me ofendían y herían. Yo hablaba con ella para sanar nuestra relación. Aun así, persistieron las actitudes negativas en un vaivén de prometer amor y traicionar mi confianza. Hubo infidelidad y mentira; de hecho, muchas mentiras. Yo mismo me estaba traicionando al aferrarme a una relación tóxica. En varias ocasiones nos dejamos de ver por un tiempo para pensar las cosas. Regresábamos, buscábamos apoyo para salir adelante, pero la relación empeoraba.
Me di una oportunidad y tomé el Taller del Perdón para sanar el dolor que yo sentía y perdonar. En el taller aprendí que soy responsable de mi felicidad. Reconocí que estaba sufriendo en vano, porque al querer “llevar mi cruz” no era una cruz que viniera de Dios. La cruz que viene de Dios edifica y evangeliza. Y ese no era mi caso. Comprendí la importancia de la comunicación directa, clara, segura y muy sincera. Aprendí a perdonar y a perdonarme. Un punto crucial que me ayudó a salir adelante fue que perdonar depende de mí, pero una verdadera reconciliación depende de los dos. Algunas condiciones para que se dé la reconciliación son: que la relación promueva nuestros principios y valores, que los dos reconozcamos nuestros errores y cambiemos y, sobre todo, que la relación dé gloria a Dios. Me di cuenta que nuestra relación no cumplía ninguna de estas condiciones y decidí hacerme responsable de mi felicidad poniéndole un fin. Sé que fue lo sano porque ahora tengo paz y alegría y vivo en la libertad que da el perdonar.
(Testimonio recopilado por el equipo del Taller del Perdón).