La doctrina católica enseña que todo bautizado recibe una triple vocación que emana de Cristo mismo: la de ser sacerdote, rey y profeta.

Ser rey es la función cristiana de servidor, “ordenando el mundo” en conformidad con el Evangelio, por tanto, haciendo que no exista una división entre la vida y la fe, entre el mundo secular y el mundo espiritual.

O sea, se trata de hacer que el mundo secularizado y alejado de Dios sea devuelto a su Creador incluso en las expresiones más terrenales.

Algunos detalles de la vida de las siguientes reinas católicas es una buena lección de lo anterior:

Santa Elena (250-330)

Reina madre del emperador romano Constantino, que se hizo cristiana a la edad de 63 años. Dedicaba mucho tiempo a la oración, vestía con mucha sencillez, se mezclaba con la gente pobre y aprovechaba de todo el dinero que su hijo le daba para hacer limosnas. Financiaba monasterios y la construcción de templos, entre ellos el de la Natividad en Belén, y el del Monte de los Olivos y el del Monte Calvario en Jerusalén, además de que, gracias a sus diligencias, se pudo descubrir en esa ciudad dónde se encontraba la verdadera Cruz de Jesús. Y hasta la Basílica de San Pedro, del Vaticano, fue construida en el terreno que ella adquirió para ese fin.

Isabel de Castilla (1451-1504)

Más conocida como Isabel la Católica, fue hija del rey Juan II de Castilla y no estaba destinada a ser reina, pero la muerte de su hermano Enrique IV la llevó al trono de Castilla y León. Se casó con Fernando, heredero al trono de Aragón. Y si bien la reina Isabel es más conocida por subvencionar los viajes de Cristóbal Colón, lo realmente importante es que su principal motor fue la evangelización de los pueblos, además de ser una acérrima defensora de los derechos de los nativos americanos, prohibiendo su esclavización y obligando a la liberación de los ya esclavizados. Y, en su vida personal, fue un modelo de virtud.

Se ha tejido una leyenda negra en torno suyo, actualmente muy usada por las ideologías marxistas indigenistas; por eso, aunque su causa hacia el camino a los altares inició en 1958, y que Pablo VI la reconoció en 1974 como sierva de Dios, los pasos siguientes, que la declararían venerable, beata y santa, han sido detenidos para evitar conflictos.

Emperatriz Zita (1892-1989)

Zita de Borbón-Parma fue la última emperatriz y reina consorte de Austria-Hungría. Esposa del beato archiduque Carlos I de Austria y IV de Hungría, era hija del duque de Parma, fue educada en un convento de Italia, y ella y su familia eran muy caritativas.

Al contraer matrimonio, el convenio fue: “Ayudémonos mutuamente a llegar al Paraíso”. Zita apoyó a su marido en todos sus planes de caridad y justicia por encima del interés personal. Exiliados, Carlos murió a los 34 años, mientras que Zita vivió 67 años como viuda, y siguió haciendo caridad. La causa de canonización de Zita se abrió en 2009 y fue declarada sierva de Dios.

TEMA DE LA SEMANA: “LA SANTIDAD ES PARA TODOS”

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 9 de octubre de 2022 No. 1422

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