Por Sergio Ibarra

La naturaleza humana trae en su equipaje una especial capacidad, que luego cada uno desarrolla: de establecer juicios.

Particularmente cuando surgen sentimientos en nuestro interior, de tal forma que, de acuerdo con el filósofo empirista David Hume (1711-1776) tendemos a juzgar los objetos más por una comparación que por su valor y mérito intrínseco… cuando el espíritu considera un cierto grado de perfección, todo lo que no le iguala, tiene el mismo efecto. Si esto es cierto, cuando hacemos un juicio de una persona o de un objeto o de una circunstancia la comparamos y le damos un valor mayor o menor contra experiencias o memorias previas. Como la simple idea de una escoba, lo que nuestra imaginación pone es la imagen de una escoba, pero no son iguales en sí mismas.

La piedad nos ayuda a ilustrar lo anterior. Siendo un valor y hasta quizás una virtud católica, se entiende como la preocupación por el dolor de otros. Sentimos compasión no solo por lo que nos rodea en forma inmediata, sino aún por extranjeros o por situaciones que suceden ajenas a nuestras vidas. Por ejemplo, como espectadores de una obra teatral o de una película pasamos por una serie de emociones: tristeza, terror, indignación y otras más, que los autores exponen mediante los personajes que se manejan. Aun cuando estas obras, películas o poemas contengan situaciones tristes, sucede que simpatizamos de alguna forma y generamos una impresión en nuestro interior. De la misma forma que cuando alguien padece de algo, tendemos a engrandecerle en tanto lo que enfrenta es mayor a una situación que interiormente valoremos.

Transitar a ver las cosas como son y no quedarnos en la simple comparación precisa, que cuando estas pasiones y sensaciones hacen su aparición, nos demos el tiempo y el espacio de escuchar a esa voz sutil desde la profundidad de la soledad y el silencio, para adquirir conciencia de la presencia del espíritu de Dios en nosotros. Es ahí, cuando podemos entrar en contacto con esa voz sutil, la de Dios que no grita, no emite alaridos, no regaña, no crítica, ni presiona a nadie. Sea donde sea que nuestra vida vaya, esa voz nos marca direcciones distintas y más desafiantes, a las que nuestras comparaciones cotidianas nos llevan.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de septiembre de 2022 No. 1419

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