Hay que replantear en nuestra vida la cuestión de los valores, llámeseles humanos, religiosos o civiles.
Por Mónica Muñoz
“Pues mira, la situación está muy fea, ciertamente, pero mientrasa no me afecte, que el mundo ruede”, decía una persona durante una conversación en la que se planteaba el tema de la crisis de valores. Y aunque parezca una exageración, muchas personas están en la misma postura. Creen que no importa lo que ocurra a su alrededor, mientras a ellas no les toque la desgracia.
Hago mención de este tópico porque desde hace algunos años estamos contaminados de ideologías que han inyectado en la sociedad una feroz rebeldía contra las reglas, las autoridades, las instituciones y nos han pregonado una falsa libertad, males que se han infiltrado a través de los medios de comunicación, que trajeron consigo programas de escaso contenido edificante, permisivo en todos los aspectos, atentando contra la moral, las buenas costumbres, el respeto a la familia y a los mayores, y, de manera destacable, propagando un severo desprecio por la vida, lo que ha dado como resultado que un gran sector de la sociedad se haya perdido en el maremágnum de la apatía y la escasez de principios éticos, morales y religiosos.
Replantear la escala de valores
Por eso, es vital que replanteemos nuestros intereses y sobre todo, la escala de valores que rigen nuestros actos. Porque muchas veces lo que queremos y cómo deseamos conseguirlo, no concuerdan. Y, aunque parezca un tema repetitivo y gastado, es necesario recalcar que nuestro país no cambiará mientras nosotros no lo hagamos. Eso me hace recordar la actitud de todos los que se sorprenden cuando se enteran de que alguien devuelve algún objeto de valor, como si se tratara de un acto heroico. Es cierto que tiene mucho mérito, pero no debería causar extrañeza. Lo que pudiéramos encontrar tirado en la calle u olvidado en un sitio concurrido, tiene dueño y le afecta su pérdida.
Creo que nos comportamos de acuerdo con los valores que se nos inculcaron en casa, pero también influye en nosotros el ambiente en el que nos desenvolvemos.
Pero, indudablemente, otro aspecto determinante para nuestra formación personal está en las amistades de las que nos rodeamos, que tienen gran ascendiente en nuestras actitudes. No por nada, la sabiduría popular reza “dime con quién andas y te diré quién eres”, o ese otro refrán que dice “el que con lobos anda, a aullar se enseña”. Todos tenemos algún conocido que se ha dejado llevar por sus amigos para hacer algo de lo que después se arrepintió, si no es que nosotros mismos fuimos víctimas de esas malas compañías, o peor aún, nosotros pudimos ser la mala influencia para otras personas.
Sencillamente, hay que replantear en nuestra vida la cuestión de los valores, llámeseles humanos, religiosos, civiles o de cualquier otra manera, siempre van a mirar a las relaciones con nosotros mismos, con nuestros prójimos y, por supuesto, con Dios, en caso de las personas que creemos en Él. Porque nadie está exento de su influjo, y todos quisiéramos ser tratados con respeto, dignidad, igualdad, justicia, amabilidad y tantos otros atributos, simplemente por ser personas que sienten y desean ser reconocidas por los demás. Por eso, ¿por qué será que nos negamos a dar lo mismo que queremos recibir? ¿Acaso no merecen lo mismo los demás?
Reconocer lo que hace falta
Es obvio que tendremos que hacer un gran esfuerzo para reconocer lo que nos hace falta, pero más aún tendremos que aplicarnos en cambiar lo que no está bien en nuestra vida. Si deseamos respeto, hay que respetar, si queremos buenos amigos, hay que comenzar con ofrecer una amistad sincera, si buscamos honestidad, debemos empezar a ser honestos, si demandamos que se nos trate con justicia, tenemos que ser justos con toda la gente con la que nos relacionamos.
Si todos comenzáramos a transformar nuestro comportamiento, la situación de terror que se vive en nuestro mundo cambiaría de inmediato, pero nos hace falta humildad y amor al prójimo, y lo crean o no, Dios dará a cada uno lo que merezcan sus obras.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de octubre de 2022 No. 1423