Por Jaime Septién
Se cumplieron 60 años del inicio del Concilio Vaticano II. El 11 de octubre de 1962, el papa san Juan XXIII abrió las ventanas de la Iglesia al mundo…, y le entró un ventarrón. El ventarrón del cambio, de la novedad, de los excesos, pero también de la alegría.
Una vez más la Iglesia católica –hoy mismo lo estamos experimentando con Francisco—no es que se adecuara al mundo, sino que hacía que el mundo se adecuara a ella mediante el Evangelio expresado con nuevo ardor, con nuevos métodos y un nuevo lenguaje, pero con el mismo mensaje de salvación.
Aquella noche hubo en la Plaza de San Pedro una procesión popular de antorchas que simbolizaba la esperanza con que iniciaba el Concilio, El “Papa bueno” se asomó al balcón e improvisó el famoso “discurso de la Luna”. Igual que el pasado 11 de octubre de 2022, brillaba la Luna llena (la “Luna del cazador”). Fiel a su origen campesino, el Papa Roncalli dijo que se asomaba a ver la conmoción de la Buena Nueva. Y terminó pidiendo a los romanos que al regresar a su casa llevaran “la caricia del Papa” a los niños y a los enfermos.
¡Esa era la Iglesia querida por el papa Juan hace 60 años! Una Iglesia en el corazón del mundo. Con la misericordia como insignia. Con la compasión como bandera. Seis décadas más tarde: ¿sigue vigente en ti y en mí ese mensaje?
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de octubre de 2022 No. 1423